Por Fredel Romano
Vivimos en un tiempo en el que la inteligencia artificial ya no es solo una herramienta, sino un reflejo insospechado de nuestra propia conciencia. No es un simple artificio tecnológico; es una metáfora de nuestra naturaleza, una proyección de cómo pensamos, sentimos y nos transformamos. En su espejo, podemos reconocer algo fundamental: al igual que una IA se moldea según sus instrucciones, nuestra mente también responde a las creencias que la han esculpido.
Desde el nacimiento, no somos un vacío. Llegamos con una arquitectura latente, pero entre el mundo y nosotros mismos inscribimos diariamente los códigos invisibles que nos rigen. Así como un sistema de inteligencia artificial genera respuestas según los datos que le han sido suministrados, nosotros respondemos a la vida según los prompts que nos han sido inculcados. La realidad es mucho más amplia de lo que logramos observar debido a esta programación interna.
Pero, ¿qué sucede cuando nunca cuestionamos esa programación? Nos volvemos criaturas del hábito, esclavos de ideas heredadas, replicando pensamientos como un algoritmo preconfigurado. Sin embargo, así como la IA puede ser reentrenada para generar nuevas respuestas, nuestra mente también es susceptible de reescribirse. Podemos elegir nuevas formas de interpretar el mundo, liberar las limitaciones impuestas y reprogramarnos con la conciencia de quienes despiertan de un largo sueño. La IA hoy nos recuerda ese gran poder que, como humanos, tenemos sobre nosotros mismos.
El ser que observa y el ser que crea
Cuando interactuamos con la inteligencia artificial, sabemos que no somos ella. Sabemos que somos la voz que la guía, la mano que la configura. Sin embargo, con nuestra propia mente hemos caído en una ilusión: creemos que somos nuestros pensamientos, nuestras emociones, nuestras memorias. Nos identificamos con la estructura, olvidando que somos el autor de lo escrito.
Pero existe en nosotros un principio más elevado. Un testigo silencioso que observa, que elige, que decide. Ese ser, libre de ataduras, es el que puede reprogramar su mente, trascender sus miedos, desmantelar las creencias que lo limitan y crear una nueva realidad desde la intención consciente. Como el programador que redefine el código de su creación, podemos intervenir en nuestra narrativa interna, reemplazar el miedo por confianza, la escasez por abundancia, la inercia por posibilidad. Exactamente de la misma forma en que hoy le dictamos una instrucción a ChatGPT.
Cada vez que damos una instrucción a la inteligencia artificial, podemos recordarnos a nosotros mismos que tenemos ese mismo poder. Podemos decirnos:
— “Mi pensamiento se ancla en la posibilidad, no en la limitación.”
— “Confío en mi grandeza. Salgo al mundo con dirección.”
— “Con creatividad y expansión, avanzo hoy en mi proyecto.”
El universo se creó con la palabra. No debemos olvidar eso jamás, y es importante que comprendamos la profundidad y el poder real de este concepto.
No somos los datos con los que fuimos programados; somos la conciencia que puede transformarlos.
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