Por Frida Mendoza
Marzo está a punto de terminarse y aunque en un principio pensé que esta columna sería una segunda parte de la crónica que escribí el pasado 8M, quisiera extenderme un poco más y recopilar un poco porque híjole… a veces no se puede con su velocidad pero las columnas a veces sí pueden procesarse a fuego lento.
Vamos por partes. Marzo inició, como siempre, con esa vibra previa a la marcha del 8M, llena de publicaciones y contenido relacionado al empoderamiento de mujeres, de la violencia de género, de por qué nos manifestamos. Pero también me encontré con muchas reflexiones de por qué no marchar o por qué algunas sentían menos ganas de salir como antes.
En mi caso, yo salí, marché y grité, pero también escribí y tuve la oportunidad de observar solita ya que por varios motivos, las amigas que me acompañaron no pudieron terminar el recorrido y fue la primera vez que entré sola -pero acompañada de miles- al Zócalo, así que mi andar fue totalmente distinto.
Quería sentarme, buscar un espacio para estirar un poco las piernas, descansar y comenzar a escribir de una vez la crónica que enviaría a Opinión51 y a Emeequis. Caminé un poco más, serpenteando entre los “aquelarres” y fogatas del Zócalo y llegué hasta el templete donde se pronunciaban protestas por el asesinato de mujeres e infancias en Palestina, los testimonios de víctimas y sobrevivientes, las protestas contra el Estado. Escribí entonces de ese “no sentirte sola”, de los momentos inolvidables, de la exigencia constante por justicia.