Por Frida Mendoza
Mujeres jóvenes, mujeres trans, mujeres indígenas, mujeres sobrevivientes, mujeres víctimas. Mujeres palestinas, madres, abuelas. Mujeres indígenas, con discapacidad, mujeres racializadas, niñas.
Este 8 de marzo me sonaba un poco agridulce y difícil, en redes sociales leía el desánimo de algunas por asistir a la marcha. Yo tenía claro que asistiría, pues a la par que escuchaba quejas por aquellas que desvirtúan el movimiento feminista, pensaba en los muchos movimientos que se reunirían hoy en el corazón de la Ciudad de México, pero también en otras capitales y ciudades y que no debemos dar marcha atrás a los espacios ganados.
La marcha de este 2024 vi grandes grupos violetas dispuestos a hacer un recorrido que parecería corto pero debajo del sol, a pesar del calor, la sed y la irritación en la garganta de tanto gritar se convertía en una larga jornada, eso sí, acompañadas y rodeadas por las jacarandas tan representativas.
La acción directa, tan intensa como desde hace 5 años no se ha ido, forma parte ya del paisaje ver a mujeres que intentaban derribar las murallas que protegen más -como siempre- los edificios gubernamentales y comercios.
Pero más allá del sonido de los petardos o los mazos, resuenan más las voces de las mujeres que a través de altavoces exigen justicia a casos personales, a historias colectivas, a mujeres e infancias de México y de otras latitudes que son asesinadas, como en Palestina y Siria o las que se enfrentan a gobiernos de ultraderecha que buscan revertir sus derechos ganados.
No olvidaré este 8 de marzo a la mujer que con su cuerpo pintado de morado sostenía una pancarta de “gritos gratis” y algunas se acercaban y gritaban hasta las lágrimas; no olvidaré los testimonios de las familias de Janet, Ariadna, Lilith, Esmeralda.
Quisiera pensar que pronto dejaremos de marchar, que no habrán nuevas generaciones de niñas sosteniendo carteles o diciendo que la policía no las cuida, pero aún veo lejano ese futuro donde estemos seguras y libres completamente.
Mientras tanto, seguiremos marchando, acompañando y así como en esta marcha, tratar de ser un altavoz de las historias que no deben dejar de contarse.
Hoy llegamos a una plancha del Zócalo abarrotada, un Palacio Nacional amurallado como desde 2021 y un asta sin bandera. Desde el templete dijeron: “es una bandera que ya no nos representa, de un gobierno que nos dejó solas”.
Pero no estamos solas, no están solas, no estoy sola, escucho mientras pongo punto final a la crónica de una historia que pronto -espero- vamos a tirar.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.
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