Por Gabriela Andrade Gorab
Cada 31 de octubre las calles se llenan de sombras disfrazadas, risas espectrales y personajes que vagan en busca de dulces y sustos. Halloween es una celebración de lo oculto, de aquello que vive debajo de máscaras y capas, donde lo que esconde el disfraz puede decir mucho más que lo que revela. Pero, ¿qué sucede con nosotros cuando nos disfrazamos? ¿Y qué tiene que ver esto con la lealtad?
En Halloween, el disfraz es más que un juego o una fachada divertida. Nos invita a explorar otras identidades, a probar por un momento lo que se siente ser otro ser, a dejar de ser nosotros mismos. Nos convertimos en héroes o villanos, en criaturas místicas o monstruos de nuestra imaginación. Sin embargo, dentro de cada máscara, sigue latiendo una esencia que permanece intacta: nuestra lealtad a quienes somos realmente.
La lealtad, a menudo entendida como la fidelidad a un amigo, una causa o a uno mismo, se vuelve especialmente interesante en Halloween. Aunque los disfraces nos permiten jugar con identidades, en realidad requieren de una profunda conexión con nuestra verdad interna. Nos disfrazamos no para escapar, sino para honrar ciertos aspectos de nuestra personalidad que, tal vez, en el día a día permanecen ocultos. Incluso cuando nos vestimos como otra persona, nuestra esencia, nuestros valores y nuestras lealtades siguen presentes, sin importar la forma exterior que adoptemos.
Pero hay una dimensión más profunda en todo esto: el arte. Al igual que el disfraz, el arte nos invita a ver el mundo desde una perspectiva nueva. Nos desafía a salir de nuestra zona de confort y a mirar más allá de nuestras creencias cotidianas. Una obra de arte, como un disfraz, nos permite adoptar otros puntos de vista, experimentar con la realidad e incluso, a veces, cuestionar nuestra identidad. Cuando miramos una pintura, una escultura, una instalación, o una obra cinematográfica, nos enfrentamos a la visión de otro. El arte nos disfraza de espectadores, pero en ese acto, también nos revela aspectos ocultos de nosotros mismos. A través del arte, podemos ver el mundo con otros ojos y en ese proceso podemos descubrir nuevas lealtades a ideas que quizá nunca antes habíamos considerado.
El disfraz, entonces, se convierte en una metáfora artística. Como en una obra de teatro o una pintura que desafía nuestra percepción, disfrazarse en Halloween nos ofrece la posibilidad de cambiar nuestra perspectiva por un momento. ¿Qué sucede si soy un vampiro, un pirata o un personaje mítico? ¿Qué aprenderé al ponerme en los zapatos de alguien más, o incluso de algo que no existe en el mundo real? El arte, al igual que los disfraces, nos permite jugar con nuestra identidad y expandir los límites de lo que creemos posible.
Aquí es donde el Día de Muertos entra en escena, recordándonos que hay cosas que debemos honrar y mantener vivas, y otras que deben permanecer en el pasado. Mientras que Halloween nos invita a explorar lo oculto bajo las máscaras, el Día de Muertos nos enseña a honrar lo que ha trascendido. En los altares, rodeados de flores de cempasúchil y veladoras, recordamos a quienes ya no están, con la misma lealtad que nos conecta con nuestros seres queridos.
Así como recordamos a los que han partido, debemos también enterrar y dejar atrás lo que no nos sirve: la deslealtad. Tal como en los altares se dejan ofrendas para las almas que nos visitan, debemos ser conscientes de que hay cosas que no deberían volver a la vida. La deslealtad, con sus heridas y sus falsedades, debería quedar enterrada para siempre, como un fantasma que no tiene lugar entre los vivos. Así como los disfraces caen y revelan nuestra verdadera esencia, el arte y el Día de Muertos nos invitan a ser leales a lo auténtico, y a dejar que lo desleal permanezca muerto.
Piensa en esto: cuando un grupo de amigos se disfraza juntos, surge una complicidad especial. Hay algo de lealtad en el simple hecho de compartir esa experiencia, de confiar en que, debajo del maquillaje de zombie o el atuendo de superhéroe, seguimos siendo nosotros. Nos reconocemos mutuamente más allá de las capas de tela, porque lo importante no es lo que mostramos al mundo, sino lo que llevamos dentro. En este sentido, el disfraz no es un escudo que oculta, sino una herramienta que profundiza esa conexión entre las personas. Una forma de demostrar que, incluso en el caos de la fantasía, nuestras lealtades permanecen firmes.
El arte, por su parte, es capaz de hacer lo mismo. A través de sus colores, formas y símbolos, nos conecta con emociones y pensamientos universales, nos invita a ver la humanidad que se esconde bajo las capas de nuestras diferencias. Nos recuerda que, detrás de cualquier máscara, real o metafórica, hay una esencia que compartimos todos. El arte nos transforma porque nos enseña a ser leales a esa esencia común, a lo que realmente somos, más allá de nuestras apariencias.
Al final del día, tanto Halloween como el Día de Muertos nos recuerdan que, aunque los disfraces se quiten y las máscaras caigan, la lealtad es aquello que permanece. Ya sea con amigos, familiares o con nosotros mismos, esa fidelidad a quienes somos y a quienes amamos nunca se disfraza. Es el hilo invisible que atraviesa todo, uniendo lo real y lo imaginario en una noche donde lo oculto y lo visible juegan a confundirse. Y, como el arte, nos invita a ver el mundo y nuestras relaciones con una mirada renovada, expandida y llena de nuevas posibilidades. Lo desleal, por otro lado, es mejor dejarlo enterrado, donde pertenece.
Libro:
El libro "02.11. Día de Muertos. Una celebración de la vida y la muerte", publicado por Trilce Ediciones bajo la dirección de Déborah Holtz y Juan Carlos Mena, es una joya editorial que captura la esencia de una de las tradiciones más queridas y simbólicas de México. Este proyecto no solo destaca por su impecable producción, sino también por la riqueza de su contenido, que ofrece un genial recorrido visual con más de 25 mil imágenes y seis años de investigación a cuestas. En cada página, expertos como antropólogos, historiadores y artistas nos invitan a comprender esta festividad en toda su profundidad, desde sus orígenes prehispánicos hasta su evolución en la modernidad.
Lo que hace único a este libro es cómo entrelaza las raíces sagradas de la celebración de la muerte con las influencias europeas y las manifestaciones contemporáneas, como el icónico desfile del Día de Muertos inspirado por la película "Spectre". Asimismo, aborda el impacto de películas como "Coco", que han llevado esta tradición a rincones del mundo que antes no la conocían. Desde los altares y las ofrendas hasta el arte contemporáneo de figuras como Betsabé Romero o los grabados de Felipe Ehrenberg, la obra es un viaje por la riqueza cultural que define el Día de Muertos.
Lo mejor de todo es que esta celebración del alma mexicana no se queda en nuestras fronteras. La prestigiosa editorial Rizzoli se encargará de llevar su versión en inglés al público internacional, subrayando así la relevancia global de esta festividad. El libro será presentado el 2 de noviembre en el Panteón de San Fernando. Disponible en trilce.mx
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.
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