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Por Gabriela Gorab

Cuando pensamos en micromachismos, muchas veces limitamos el término a dinámicas personales y cotidianas: comentarios pasivo-agresivos, la falta de corresponsabilidad en el hogar o los pequeños actos de control. Sin embargo, ¿qué pasa cuando trasladamos esta idea a sistemas más amplios, como el consumismo global? Allí es donde los micromachismos encuentran una escala monumental, invisibilizada pero profundamente arraigada.

La Navidad, ese período que promete amor y generosidad, también es la temporada donde el consumismo alcanza su máxima expresión. Compramos regalos para nuestros seres queridos, decoramos nuestras casas y llenamos nuestros carros de supermercado, todo en nombre de una celebración que, paradójicamente, está sostenida en gran parte por dinámicas de explotación.

En la industria del fast fashion, por ejemplo, las mujeres representan el grueso de la fuerza laboral en las fábricas de sweatshops. Allí, trabajan jornadas interminables en condiciones inhumanas por salarios que apenas alcanzan para sobrevivir. Mientras tanto, los puestos de liderazgo y las ganancias principales están en manos de hombres que dominan las grandes corporaciones. Este sistema refleja, a gran escala, lo que los micromachismos significan en el ámbito doméstico: el trabajo invisible, el esfuerzo no remunerado y el lucro de unos a expensas de otros.

La trata de personas es otro ejemplo devastador de cómo el consumismo y la desigualdad de género se entrelazan. Muchas de las víctimas de esta industria, predominantemente mujeres y niñas, son explotadas para satisfacer mercados que prosperan bajo la demanda de trabajo barato y servicios sexuales. Estas prácticas no son eventos aislados; están conectadas al mismo sistema económico que celebramos durante temporadas como la Navidad.

Como alguien que no se considera feminista en términos estrictos, me encuentro reflexionando sobre cómo estas estructuras de poder afectan a todos. No se trata únicamente de hombres o mujeres, sino de un sistema que asigna roles y valores desiguales en función del género. La paradoja está en que muchas veces quienes sufren más los efectos de este sistema son también quienes, a través del trabajo mal remunerado o la esclavitud moderna, sostienen la economía global.

El consumismo masivo, especialmente en esta época del año, perpetúa estas desigualdades. En un mundo ideal, cada compra sería una decisión informada, ética, basada en la justicia social. Pero, en la práctica, el sistema nos hace cómplices de una explotación que normalizamos porque no la vemos directamente.

Es fácil hablar de "micromachismos" en lo cotidiano, pero más difícil es reconocer cómo se manifiestan a nivel estructural. ¿Qué significa que la industria textil, una de las más explotadoras, esté basada mayoritariamente en el trabajo femenino? ¿Qué dice de nosotros que celebramos festividades con productos producidos en condiciones deplorables, mientras las decisiones sobre las ganancias quedan en manos de una élite masculina?

No tengo todas las respuestas, pero creo que la solución empieza con la reflexión. Consumir menos, exigir transparencia y optar por marcas que respeten los derechos humanos son pequeños pasos que podemos tomar. Más allá de etiquetas como "feminista" o no, estas decisiones deberían ser universales, porque el problema es colectivo.

La próxima vez que compres un regalo o una prenda, pregúntate: ¿qué historia estoy apoyando con mi dinero? Cada pequeño acto de conciencia puede contribuir a un sistema más justo y menos desigual, tanto para las personas explotadas como para las que buscamos construir un mundo más ético.

Reconozco que es difícil salirse del sistema mientras se está inmerso en él. De hecho, diría que es imposible. Sin embargo, creo firmemente que el pensamiento crítico, el reciclaje y el acto de compartir son herramientas valiosas que pueden ayudarnos a mitigar nuestro impacto y a construir una relación más consciente con el consumo. No se trata de una transformación inmediata, pero cada pequeño esfuerzo puede marcar la diferencia en el largo plazo.

"I Shop Therefore I Am" de Barbara Kruger

La obra "I Shop Therefore I Am", creada en 1987 por la artista conceptual estadounidense Barbara Kruger, es una de las piezas más icónicas de su carrera. Este trabajo utiliza la tipografía característica de Kruger, con frases incisivas sobre una imagen de fondo en blanco y negro. La frase, derivada de la famosa declaración de René Descartes "Pienso, luego existo", se convierte en una crítica al consumismo desenfrenado y la identidad basada en la adquisición de bienes materiales.

La pieza confronta al espectador con la idea de que el consumismo moderno ha reemplazado valores fundamentales, sugiriendo que las personas son definidas por lo que poseen más que por lo que son. El contraste entre la tipografía roja y la imagen en blanco y negro genera una experiencia visual impactante, reforzando el mensaje de alienación y dependencia que Kruger explora.

Esta obra también puede leerse como una crítica al capitalismo y al marketing que explota las emociones humanas para convertir necesidades y deseos en productos de consumo. En el contexto de género, también se puede interpretar como un cuestionamiento a cómo las mujeres, en particular, han sido objetivo de estas dinámicas, asociando su valor a la apariencia y a los bienes que poseen.

"I Shop Therefore I Am" ha sido exhibida en varias instituciones de renombre, entre ellas: Whitney Museum of American Art, Museum of Contemporary Art (MOCA), Tate Modern y The Broad Museum.

Barbara Kruger (nacida en 1945 en Newark, Nueva Jersey) es una de las artistas conceptuales más influyentes de los siglos XX y XXI. Su obra combina texto y fotografía, empleando eslóganes breves pero contundentes que exploran el poder, el consumismo, la sexualidad y la construcción de identidad. Formada como diseñadora gráfica, Kruger utiliza la estética publicitaria para subvertir los mensajes dominantes y crear obras que desafían al espectador a repensar su relación con el mundo.

Con piezas como "Your Body is a Battleground" y "We Don’t Need Another Hero", Kruger ha redefinido la relación entre el arte y el activismo. Su legado continúa influyendo en generaciones de artistas y activistas que buscan dar voz a las problemáticas sociales a través del arte.

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