Por Gabriela Sotomayor
Para Hanna y su abanico
"Aquí arriba se ha de anotar el día de mi muerte, mes y año. Suplico, por amor de Dios y de su Purísima Madre, a mis amadas hermanas las religiosas que son y en lo que adelante fueren, me encomienden a Dios, que he sido y soy la peor que ha habido. A todas pido perdón por amor de Dios y de su Madre. Yo, la peor del mundo: Juana Inés de la Cruz". Son las palabras que Juana Ramírez de Asbaje dejó estampadas en el libro del convento. Al final se disculpó por ser quien era y se vio forzada a renunciar a la escritura, quizá para evitar la hoguera. ¡Qué soledad, qué tortura y qué abandono habrá sufrido en los últimos años de su vida!
Los versos de Sor Juana, “la peor de todas”, me han rondado desde hace algunos días. Como si ella estuviera gritando desde la ultratumba para recordarnos que merece un lugar preponderante en nuestra memoria y en el movimiento feminista que en ese tiempo no tenía etiquetas. Defendió con sus palabras su derecho a la literatura, a la ciencia, a su forma de amar y se enfrentó como verdadera guerrera a esos “hombres necios que acusáis a la mujer sin razón”.
Sor Juana le da voz a todas las mujeres que no quieren ser como les dicen que sean, yo le quiero pedir que no se disculpe, que no obedezca, que escape de ese claustro y que siga escribiendo desde el infinito pese a quien le pese y caiga quien caiga.
Me hubiera gustado que la historia de su vida terminara con una protesta, pero quizá es demasiado pedirle a una mujer que se refugió en un convento en el siglo XVII por amor al conocimiento.
En Las Trampas de la Fe, Octavio Paz resume la historia de su vida: "Sor Juana había convertido la inferioridad que en materia intelectual y literaria se atribuía a las mujeres, en motivo de admiración y aplauso público; los prelados transformaron esa admiración en pecado y su obstinación en continuar consagrada a las letras en rebeldía. Por eso le exigieron una abdicación total".
Esos obispos que la despojaron de sus letras merecen un juicio póstumo, deberían quedar marcados como verdaderos traidores y verdugos del pensamiento femenino. Hagamos que paguen su delito, que rindan cuentas en ese plasma etéreo en donde no hay escapatoria, ni perdón, ni reparación posible porque el daño ya está hecho.
Que se castigue a los que robaron la lucidez de sus versos ¿Por qué el mundo se interesó en perseguirla? ¿Por qué se ensañó con su entendimiento? ¿A quién ofendía?
Al final el clero la castigó por ser mujer y por tener una inteligencia en un mundo que no la entendía.
Tuvo que deshacerse de su biblioteca, unos 4 mil libros, su más preciada riqueza. La privaron de su voz, del papel, de la tinta y sus palabras. La dejaron muerta en vida. Miserables.
¡Qué viva Sor Juana “la peor del mundo”, que viva “la peor de todas”! Desde aquí rindo un homenaje a su genio, a su talento y a sus sueños que nunca duermen: “quedando a la luz más cierta el mundo iluminado, y yo despierta”.
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