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Por Graciela Acevedo
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Desperté emocionada. Este día era especial porque por primera vez mi hija, una jovencita de 18 años iba a estar junto a mí en la marcha.

¡Qué privilegio poder compartir con ella un momento así! Un espacio en el que –aunque sea por unas horas— nos escuchan y nos ven. Un lugar en el que nos sentimos protegidas porque nos sabemos acompañadas “por nuestra manada” por las que conocemos y por las que nos encontramos por primera vez.

Comienza la marcha y se siente una necesidad profunda de gritar y corear esas consignas que son claras, precisas y que tienen un poco de la historia de cada una de las que estamos ahí. Dan ganas de llorar al ver a niñas, jóvenes, mujeres adultas caminando juntas, dando voz a las que tienen que callar.

Marchamos por las que no tuvieron la libertad de hacerlo, marchamos por las niñas y mujeres que fueron asesinadas, por las desaparecidas. Por las que se quedaron en casa, por las que tuvieron miedo de asistir.

A mitad del camino nos encontramos con don José Luis, el padre de Esmeralda Castillo, una chiquita que desapareció a los 14 años mientras esperaba el autobús de regreso a casa.

Comenzó a tirar brillantina a todas las que nos agrupamos alrededor suyo y de pronto comenzó a hablar. Nos ofreció disculpas por detener nuestra marcha sin tener claro que él también era parte de nuestro camino. Nos habló de Esmeralda y de su constante lucha por encontrarla. Levantamos la mano derecha con el puño cerrado, era momento de callar.

Escuchamos sus palabras de angustia y desesperación de no saber de su niña. Si come, duerme, si le hacen daño. Su dolor fue el dolor de todas.

El grito de ¡No estás solo! ¡No estás solo! comenzó a escucharse cada vez más fuerte mientras los ojos de todas se llenaban de lágrimas.

En este país la historia de José Luis es la historia de cientos de padres y de madres. Según cifras oficiales, más de 2,000 niñas y mujeres desaparecen cada año en México. 10 mujeres son asesinadas cada día.

Hoy Esmeralda debe tener 18 años, igual que mi hija que está ahí conmigo, conmovida por lo que escucha.

Guardo la esperanza de que un día mí hija no tenga que marchar por la desaparición de Esmeralda, por el feminicidio de Debanhi, por el ataque con ácido a María Elena.

Que ella, las que vienen y las que estamos conmemoremos un 8 de marzo con libertad, con seguridad y sobre todo con la certeza de que nuestra vida no corre peligro por el simple hecho de ser una mujer.

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@Gracevedoq

Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.


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