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Por Graciela Rock

En las últimas semanas hemos visto cómo el mundo sigue avanzando hacia las profundidades de un sistema de capitalismo racial sostenido en discursos de miedo, de odio y de crueldad. 

 

Hay muchos motivos para sentirnos abrumadas y desanimadas, pareciera que nos quedan pocos espacios donde quepa la esperanza, la ternura o la colectividad; y no es casualidad, pues las redes de comunidad necesarias para que existan esos espacios son destruídas por los mismos mecanismos que allanan el camino al poder de personas como Trump, o Milei o Meloni -la construcción de otro(s) a los cuales odiar y temer, el impulso de la post verdad, la desmovilización de las resistencias a través del agotamiento y la pobreza.

 

A pesar de este panorama, o quizá por este panorama, es que surge con fuerza la necesidad de resistirnos al pantano de la desesperanza del que se nutren estos mecanismos, no ignorándolos sino enfrentándose a ellos con firmeza, con esas herramientas que nos quieren arrebatar: la rabia, la ternura, el sostenimiento colectivo, la empatía. 

 

Si entendemos cómo el modelo capitalista mundial empobrece, enferma y desplaza tantos cuerpos como sea “necesario” para continuar la explotación y producción desbocada, y que de la misma manera, nos puede tragar y escupir a nosotras -como dijo Sayak Valencia, todos podemos devenir migrantes-; entonces reconocemos nuestro futuro en las fronteras violentas, en los incendios, en los huracanes devastadores, en las inundaciones históricas; reconocemos nuestros cuerpos en cada derecho arrebatado.

 

Resistamos entonces sí con la rabia que nos moviliza, que nos incendia; pero también con la empatía y la suavidad que nos sostienen, no únicamente en nuestro accionar político, sino en el personal -que, por supuesto, puede ser también político. Elegir no sólo la “ternura radical” que de ponerse tan de moda terminó solo como eslogan, sino el amor, que como dijo bell hooks es la combinación de “cuidado, compromiso, confianza, conocimiento, responsabilidad y respeto” y por tanto, “la antítesis del deseo de dominar y subyugar”. 

Parece que tenemos miedo de hablar del amor como posición política, quizá por temor a quedar como ingenuas o cursis, pero cómo podemos enfrentarnos al odio si no es a través del acto político de amar(nos) abierta, activa y ferozmente, de verbalizar el amor de forma tan clara y directa como las élites verbalizan el odio y el miedo. 

 

Seamos abiertamente amorosos cuando nos quieran con miedo, seamos comunidad cuando nos quieran con odio, resistamos al teatro de la crueldad. 

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@gracielarockm

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