Por Ilse Oropeza
Domingo por la tarde-noche, el mejor momento para trabajar porque ya no hay tanto tráfico. Tenía dos pedidos en curso y todo indicaba que sería un turno tranquilo. Ya estaba en ruta cuando de repente… ¡Me llega un mensaje! Era un cliente de mi otro “trabajo”, ese que me saca canas verdes de vez en cuando: el cliente está en pleno juicio de divorcio y me pide que le lleve su asunto. ¡Vaya reto! En ese instante, mi cabeza empezó a funcionar en “modo abogada” y comencé a maquinar toda la respuesta. Jajajaja. Tenía unas horas para armar la contestación y el convenio, así que me dije: "Bueno, aprovecho el tiempo mientras hago entregas." Hasta ahí, todo bien… o relativamente bien..
Sigo mi ruta: de boulevard a calle Canosas. Mi pedido era un pollo, pero no cualquier pollo, ¡uno para ocho personas! 🙄 En mi mente ya empezaban a aparecer los primeros términos legales: *Cláusula I, régimen de visitas cada 15 días, según el artículo 4.228 del Código Civil del Estado de México…* Mientras tanto, iba tratando de encontrar la casa en una colonia que parecía un laberinto, pero todo bajo control. Entrego el pedido y sigo mi camino.
Entonces, me llega otro pedido del Toks, esta vez una caja con un montón de platillos de desayuno. ¿Domingo en la noche y desayuno? 🤔 Bueno, lo mío es solo entregarlo. Levanto la caja, pongo la dirección en el GPS y vuelvo a lo mío. Pero mi mente ya no estaba en la entrega, sino en el convenio que debía redactar: *Cláusula II, guarda y custodia; se acuerda que la progenitora conserve la custodia durante y después del proceso de divorcio…* De pronto, el GPS me avisa que ya debería haber llegado, pero, claro, perdida en mis pensamientos legales, ¡me paso la ubicación! Y no por una calle, ¡me pasé por cuatro!
Y por supuesto, no había retorno y no podía regresar en sentido contrario. A veces me pasa cuando pienso en otras cosas: mis hijas, mis gatos, pagar la luz, el servicio de la moto o como ahora, mi otro trabajo. No tengo miedo a hacer varias cosas a la vez, más bien, tengo miedo de que si las condiciones cambian tenga que quedarme sin este ingreso que genero por repartir, que es el que uso para los gastos de la casa. Yo trabajo a la hora que yo quiera, los días que yo quiera y una eventual reforma pone mi libertad en riesgo.
Así que ahí me ves, con la caja del desayuno en mano, caminando las cuatro calles de regreso. Cuando al fin llego a la puerta, la clienta me recibe con una cara de sorpresa, y yo con el aliento a punto de agotarse, le digo:
"Aquí tiene su señoría."
*Cláusula III, alimentos; el obligado se compromete a proveer lo necesario para la manutención del menor, conforme al artículo…*
Porque al final, Uber no solo es un trabajo; es una serie de historias y aventuras donde, entre pedidos y clientes, intento hacer malabares con mi triple vida de repartidora, abogada y mamá.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.
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