Por Heidi Osuna
El regreso de Donald Trump a la Casa Blanca es un golpe directo al avance de las mujeres en un país que se presenta como baluarte de la democracia y el progreso. Este triunfo no solo diluyó la posibilidad de ver, por primera vez, a una mujer en la presidencia, sino que también implica el regreso de un partido y un hombre que no ha tenido reparo en mostrar su misoginia, impulsando la criminalización del aborto en varios estados y enfrentando acusaciones de agresión sexual y acoso por cerca de 20 mujeres. Parece que, en Estados Unidos, la misoginia y el abuso no pesan lo suficiente al decidir quién debería gobernar la nación.
¿Por qué México logró tener a su primera presidenta y Estados Unidos no? En México, el avance hacia la representación femenina en posiciones de poder ha sido firme y significativo. Claudia Sheinbaum hizo historia al convertirse en la primera mujer presidenta en una contienda en la que, por primera vez, las dos coaliciones con mayores posibilidades de ganar postularon mujeres, porque fueron las mejor posicionadas en sus partidos. Este hecho refleja los espacios que se han abierto para las mujeres en nuestro país, en gran parte gracias a las cuotas de género, una conquista lograda tras años de lucha. Hoy, México cuenta con 13 de sus 32 estados gobernados por mujeres, y nuestro Congreso es paritario por segunda ocasión.
En cambio, Estados Unidos tiene apenas un 28% de escaños ocupados por mujeres en su Congreso, y sólo 12 de sus 50 estados tienen gobernadoras. Aunque estas cifras son históricas para ese país, están muy lejos de reflejar la paridad real que en México ya estamos viviendo.
Los resultados de la elección del pasado 5 de noviembre demuestran que Estados Unidos es un país profundamente polarizado. De acuerdo con las encuestas de salida, hombres y mujeres votaron de manera distinta y en proporciones similares: Kamala Harris recibió el 54% del voto femenino, mientras que Trump obtuvo el 54% del voto masculino.
A diferencia de Estados Unidos, donde la elección mostró una clara división, en México, desde el inicio de la contienda, Claudia Sheinbaum se perfilaba como la ganadora indiscutible. No había señales de una sociedad dividida, pues Sheinbaum se consolidó como favorita entre mujeres y hombres, y en todos los rangos de edad, niveles educativos y socioeconómicos. En Estados Unidos, la situación fue muy distinta: Harris obtuvo el apoyo del 54% de las mujeres, personas con estudios universitarios (57%), afroamericanas (86%) e hispanas (53%). Sin embargo, por género y raza no logró posicionarse entre las mujeres blancas ni entre los hombres hispanos. Trump, en cambio, consolidó su base de apoyo entre los hombres (54%), particularmente los hombres blancos (59%) e hispanos (54%), las mujeres blancas (52%) y las personas sin título universitario (54%).
Estos resultados dejan en claro la profunda polarización de Estados Unidos, una elección que podría haber tenido un desenlace muy distinto si solo hubieran votado las mujeres, las personas con estudios universitarios o quienes tienen un interés particular en proteger los derechos democráticos y el derecho al aborto.
La derrota de Kamala Harris no es solo un fracaso individual; es un reflejo de las profundas barreras de género en la política estadounidense. Su caída frente a Trump, al igual que la de Hillary Clinton, demuestra que los estadounidenses aún no están dispuestos a tener una presidenta, ya sea blanca o afroamericana. Esto podría poner en riesgo las aspiraciones de futuras candidatas presidenciales, ya que es muy probable que los partidos tarden mucho tiempo en postular a otra mujer, ante un electorado que ha dejado claro que aún no está listo para verla en el poder.
El triunfo de Trump lleva consigo un mensaje más profundo. A diferencia del implacable escrutinio que enfrentan las mujeres por cada aspecto de su vida, los hombres rara vez son juzgados con la misma severidad. Incluso cuando enfrentan acusaciones de violencia y han sido declarados culpables, sus vidas suelen continuar casi sin consecuencias. Pueden aspirar a cualquier cargo, y, como hemos visto en este caso, llegar a la presidencia.
Esta elección nos recuerda que el reto no es solo ganar una elección, sino transformar una cultura que sigue aferrada a modelos de poder en los que la voz y el valor de las mujeres no cuentan. La victoria de Trump, lejos de ser un simple cambio político, es una advertencia de que la lucha por una representación justa y digna de las mujeres es, más que nunca, una carrera de resistencia.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.
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