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Por Heidi Osuna

El miércoles pasado, apenas dos semanas después de que la Corte Penal Internacional (CPI) dictara órdenes de detención contra el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu, el exministro de Defensa Yoav Gallant y Mohammed Deif, comandante militar de Hamás, por crímenes de guerra y de lesa humanidad, Amnistía Internacional presentó en La Haya un informe alarmante. Este documento concluye que Israel ha cometido genocidio contra la población palestina de Gaza. Durante la presentación, Agnès Callamard, secretaria general de la organización, afirmó: “Después de considerar todos los objetivos militares de Israel en su lucha contra Hamás, hemos comprobado que no hay otra justificación para la destrucción perpetrada que la intención genocida de erradicar y destruir físicamente a la población”.

Ante declaraciones como estas, la magnitud de la crisis es innegable. Lo que hoy ocurre en Palestina nos demuestra que el mundo no ha aprendido las lecciones del pasado. Volvemos a presenciar lo que parecía impensable: un genocidio. En este Día Internacional para la Conmemoración y Dignificación de las Víctimas del Crimen de Genocidio y para la Prevención, declarado por la Organización de las Naciones Unidas (ONU), Palestina sigue siendo un testimonio de la fragilidad de nuestra humanidad y de lo destructivo que puede ser el odio.

De acuerdo con los reportes de la ONU, más de 44,500 personas inocentes han sido asesinadas en los 14 meses que lleva el conflicto, entre ellas más de 14,000 niños, niñas y adolescentes. Miles más han resultado heridas y están al borde de la muerte debido al hambre, la sed y la falta de atención médica. Estos son algunos de los estragos más devastadores de un conflicto que ha escalado sin tregua, afectando sin distinciones a la población civil.

Este conflicto ha alcanzado niveles simplemente inhumanos. Por ello, este día no debe ser solo una jornada para condenar. En este conflicto, como en tantos otros, quienes quedan atrapados en medio del fuego son los civiles que jamás empuñaron un arma. Son los niños que pierden su infancia, las generaciones que luchan por sobrevivir mientras heredan el peso de un dolor que parece interminable.

El mundo tiene que entender que no hay justicia en un conflicto donde los inocentes siempre pierden. Sin embargo, entre más rápido se ponga un alto, más vidas podrán salvarse. No podemos justificar la muerte ni aceptar la inacción bajo la excusa de la complejidad política. Las vidas humanas no son negociables, no son un "efecto colateral".

Exigir el fin del genocidio en Palestina no debe ser solo una cuestión moral, sino también una esperanza compartida para un futuro donde ambos pueblos puedan vivir en paz. Israel y Palestina merecen coexistir sin que sus destinos estén marcados por la guerra.

Hoy, levantemos la voz no solo por Palestina, sino por la humanidad. Guardar silencio ante la injusticia es aceptar que mañana puede ser otro pueblo, otra nación, otro grupo al que miremos desaparecer sin hacer nada.

El genocidio no tiene cabida en un mundo que se dice humano. Si queremos cambiar esta realidad, debemos actuar con firmeza, exigir justicia y reconocer el dolor del otro. Porque mientras existan personas viviendo con miedo de morir bombardeadas o muriendo de hambre, todos seremos responsables.

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@heidiosuna

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