Por Heredera Romanov
Antes de que el gallo cantara, el Rey del país de la tuna había ya abierto sus reales ojos. A su lado descansaba aún la Reina esperando que el matutino canto de los pajaritos marcara el inicio de una más de sus agotadoras jornadas, las cuales transcurrían una tras otra, revisando con atención los versos de los heraldos y las canciones de los bufones de la corte, para que el soberano supiera quienes lo querían y quienes no, para que éste otorgara su gracioso favor o descargara el látigo de su furia.
El Rey estaba emocionado y feliz; la soldadesca le informó durante la noche que sus avezados generales lograron burlar la vigilancia de los plebeyos que tontamente se apostaron entre la selva para impedir que su proyecto más novedoso, el caballo de acero que atravesaría los territorios del sur, siguiera su marcha. “Estos conservadores ignorantes no entienden el progreso”, había expresado en muchas ocasiones el real gobernante, en especial cada vez que explicaba en sus audiencias diarias, la importancia de tener ideas de vanguardia, como las suyas, adelantadas a su tiempo, como lo era la instalación de aquella vía para que una máquina con la fuerza de más de mil caballos, llevara las provisiones a sus soldados y a los mercaderes de esas lejanas villas olvidadas por los monarcas que estuvieron antes que él.
Los leales caballeros de la orden del chipilín, su cuerpo militar de élite, le habían tratado de convencer de que a cualquiera que se opusiera a su visionaria idea, se le pasara por las armas, como un vulgar traidor a la corona; pero el magnánimo, en su infinita generosidad, prefirió llamar al encargado del tesoro para que aquellos que se opusieran a sus ideas, fueran exhibidos y perseguidos por el pago de los tributos. “En el reino nadie puede tener más rentas que el Rey”, le había indicado al recaudador de impuestos, ordenando la proclamación de su determinación en cada mercado y plaza pública, decretando que de cuando en cuando, los bufones que contaban con su favor, cantaran a voz en cuello los nombres y haciendas de los rebeldes, para que el pueblo supiera quienes eran los enemigos de su amado líder.
El Lord responsable de los trabajos del caballo de fuego, por orden directa del mismo soberano, se encargó de establecer contacto con el Reino de Venezolía, una nación admirada por el Rey del País de la Tuna, porque en el pasado lograron erradicar a todo aquel que no pensara como su monarca, estableciendo un gobierno puro, sin los vicios de otros imperios y sin la mala influencia de modas como la democracia y otros inventos modernos; a fin de cuentas, quién podría hacer mejor cosa por el pueblo, que quien más amaba al pueblo, su legítimo y real gobernante.
Lord encargado trajo expertos de Venezolía, para que los errores que la soldadesca constructora hubiese cometido se reparasen, usando mercaderes de aquella nación para que los dineros del país de la tuna apuntalasen al reyecito de aquel pueblo, y no se quedaran entre los burgueses locales para que no siguieran su labor de mecenas con los heraldos que señalaban a diario los yerros del Monarca.
“Soy el presente y futuro de la nación de la Tuna”, pensaba el Rey mientras se retiraba a sus aposentos, después de su audiencia diaria para continuar su descanso, como cada mañana, antes de que el canto de los pajarillos terminase.
@herederaromanov
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