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Por Alba Medina

Cuando era niña vivía con mi mamá y mis tías en una casa enorme en Ecatepec. Como todas trabajaban fuera de casa, las mañanas de los sábados las usaban para cambiar sábanas, barrer pisos, enjabonar pasillos, lavar ropa, sacudir muebles y cuanto menester se les había acumulado a lo largo de la semana.

A mí, que durante la semana apenas convivía con ellas, me encantaba ir de una habitación a otra y verlas, escucharlas. Se organizaban en parejas para terminar más rápido. Pero incluso así, el ir y llevar cubetas y el exprimir trapos duraba hasta la hora de la comida.

En una ocasión, recuerdo, que a mi mamá y a mi tía Irma les tocó ordenar la sala juntas. Mi mamá aprovechó para contarle un secreto y le ordenó “bien clarito” que no le dijera a nadie. Pasadas unas horas se volvieron a encontrar, ahora en una de las recámaras, y mi tía Irma le dijo: “Esther, te voy a contar un chisme, pero por favor no le digas nada a nadie”, y le platicó exactamente el secreto que “claritamente” mi madre le había dicho en la sala. Desde ese día no hay duda de quién es la más chismosa de las hermanas Medina.

Pero ésa no es la historia que quería contar.

Mujeres al frente del debate, abriendo caminos hacia un diálogo más inclusivo y equitativo. Aquí, la diversidad de pensamiento y la representación equitativa en los distintos sectores, no son meros ideales; son el corazón de nuestra comunidad.