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Por Areli Paz Trejo*
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Mal pensamiento: Una idea que seduce, una que protege o una que podría matarte.

Una noche despiertas con taquicardia, con el cuerpo tembloroso y frío, hormigueo en los labios, “castañueleo” de dientes, respiración agitada, pupilas dilatadas y los peores pensamientos invaden cada una de tus células.

Sientes que te mueres, pero no lo haces, aunque luego sí lo intentas...

Una y mil veces regresa esa sensación, aparece de repente.

Sientes tristeza profunda, pero tienes que seguir y lo tienes que hacer con la mejor cara, actitud y sonrisa.

Debes ser un adulto funcional, nadie debe notar que algo te está doliendo.

Observas una y mil ventanas, luego crees que ahí estará la salida…

Se llama ansiedad generalizada y depresión, una mezcla rara y altamente peligrosa. Padecimientos más comunes de lo que se confiesan.

Uno lo disfraza, aprendes y te felicitas cada que logras que nadie se dé cuenta.

Todos los días buscas y buscas cómo llenar ese vacío inexplicable, tienes todo a favor pero tu mente no reconoce nada.

Y ahí vamos, muchos y muchas sobreviviendo, como humanos rotos.

Me encantaría decir que es la historia del primo de un amigo, que me la contaron en la red o la vi en una serie, pero no, es la mía y la de otros 300 millones de adultos que pasan por episodios así.

La ansiedad es un sentimiento de extrema preocupación. La depresión es un sentimiento extremo de desesperanza. Hay humanos que padecen ambas y el choque mental, físico y emocional es brutal.

En el proceso de aceptación te topas con todo, pastillas, gomitas, cientos de libros de autoayuda, respiración y detox emocional; psiquiatras, psicólogos, neurólogos, chamanes, brujas, gitanas, brebajes, numeraciones, imanes, clavos, alfileres, farsantes y amigos verdaderos, porque es aquí es cuando la vida los pone a prueba.

Te da pena, vergüenza y hasta agobio que el mundo se entere.

Después de la pandemia, la Organización Mundial de la Salud advierte que de no atenderse en 2030, la depresión será la primera causa de discapacidad social.

¿Se cura? No, pero aprendes a vivir con ello, te vuelves paciente y cuidadoso.

Aceptarlo es un primer paso. No es fácil, no suena sexy y la gente a tu alrededor jamás volverá a verte igual. No es sentencia, es realidad.

Cambiar hábitos, no puedes ser el mismo antes y después de un diagnóstico así. Ya eres un rompecabezas que cada día debe rearmarse.

Teje una red de amigos y familiares muy sólida. Dolerá el proceso, hay gente que amas y que tendrá que irse.

Usa todo lo que te haga feliz y divertida la vida, aprovecha cada instante.

Reconoce que necesitas ayuda profesional, no seas complaciente con el dolor o la tristeza, no pienses “al rato se quita”. Porque no se va mágicamente.

Ancla tu vida a eso que te apasione todos los días. No te calles, no estás solo o sola, somos muchos tratando de luchar con su mente y emociones.

Se puede, no es fácil pero vale la pena… Todos los días valen la pena.

*Periodista por vocación. Madrugadora por necesidad.
Conductora de radio y TV, conferenciante, estrategia de marca y media training. 28 años de experiencia en diferentes medios de comunicación; actualmente en W Radio con Carlos Loret de Mola. Amante de los viajes, el futbol, la buena comida y la mejor salud mental.
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@AreliPaz

Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.


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