Por Brenda Estefan
La presión era insostenible. Ayer la primera ministra británica, Liz Truss, se vio obligada a renunciar. Estuvo en el poder apenas 44 días, el periodo de gobierno más efímero de un jefe de gobierno británico. Y si le restamos los 10 días de duelo por la muerte de la reina Isabel, en los cuales se puso en pausa la política británica, su tiempo real de gobierno fue de poco más de un mes.
Habida cuenta de que el Partido Conservador tiene una mayoría absoluta en el Parlamento, la más grande desde los años 80, Truss contaba con las llaves para conducir a su país, sin embargo, tras su llegada a Downing Street, una serie de errores la llevaron a este catastrófico final. La presentación, el pasado 23 de septiembre, de un “mini presupuesto” que anunciaba millonarios recortes de impuestos sin explicar cómo se financiarían, desató tremendo pánico en los mercados y un desplome del valor de la libra esterlina, al grado que el Banco de Inglaterra tuvo que intervenir para evitar una crisis financiera mayúscula.
El viernes pasado en un intento por recuperar el rumbo, Truss pidió la renuncia de su ministro de Hacienda, Kwasi Kwarteng, y en sustitución nombró a Jeremy Hunt, un conservador de línea moderada, que de inmediato anunció la marcha atrás de una vasta parte de los recortes fiscales originalmente propuestos.
Pero ello no fue suficiente para evitar la debacle. La renuncia de la ministra del Interior, Suella Braverman, y la pésima gestión de un voto en el Parlamento, fueron los últimos clavos sobre el ataúd político de Liz Truss.
No deja de ser sorprendente atestiguar un fenómeno de esta naturaleza, en la sexta mayor economía mundial, pero en materia económica la credibilidad es fundamental y la primera ministra la perdió estrepitosamente.
Truss, que había buscado proyectarse como la nueva Dama de Hierro, es decir la nueva Thatcher, terminó convertida en la veleta de hierro como la describió un diario francés. No había claridad sobre el futuro del presupuesto, sus ideas arcaicas de disminuir impuestos a los mayores contribuyentes en un contexto inflacionario se mezclaban con la urgencia de atender apremiantes necesidades sociales, y como telón de fondo: la falsa promesa del bienestar que traería consigo el Brexit.
En medio de una crisis económica, un creciente costo de la energía y una inflación de 10%, que tiene a millones de familias británicas en una situación complicada, los tories reinician una elección interna para encontrar un nuevo líder, el quinto en apenas seis años.
Entre los candidatos destacan el ex primer ministro, Boris Johnson, cuyo recién terminado mandato estuvo marcado por numerosos escándalos; el actual ministro de Defensa, Ben Wallace; el exministro de Hacienda, quien fuera el primero en renunciar al gobierno de Boris Johnson, y fuera derrotado por Truss hace apenas unas semanas, Rishi Sunak; y la ministra responsable de las relaciones con el Parlamento, Penny Mordaunt.
Al final del fugaz mandato de Truss, solamente 2 de cada 10 británicos tenían una opinión favorable a ella, es una buena noticia que haya abandonado Downing Street, pero después de los fiascos de los últimos dos gobiernos, los británicos no tienen muchas esperanzas en los conservadores y su elección interna. Prueba de ello es que hoy se encuentran 26 puntos porcentuales por debajo de los laboristas en las encuestas. Mientras tanto, los hogares del Reino Unido enfrentan una crisis de poder adquisitivo que no se había vivido en décadas y están urgidos de decisiones de gobierno asertivas para poder hacer frente a la compleja situación.
@B_Estefan
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.
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