Por Brenda Macías, Jefa de Difusión del CIEG de la UNAM.
La Rosalía ofreció un concierto multitudinario y gratuito en la plancha del Zócalo de la Ciudad de México el pasado 28 de abril de 2023 y, no, no hizo proselitismo pre electoral, ni llenó tanto como el Grupo Firme. Su presentación no significó que nos olvidáramos de los problemas socioeconómicos ni se detuvieran por arte de magia los problemas esenciales que se deben resolver en nuestra ciudad y en nuestra nación. Estos siguen aquí, con o sin ella.
Las voces detractoras del concierto exigían que se invirtieran menos recursos o incluso que no se invirtiera en un concierto de masas/popular y mejor se inyectara esa lana en cosas más urgentes e importantes. ¿Y la inversión pública para facilitarnos el acceso a la cultura no debería ser esencial para la reflexión y la resolución de los problemas básicos? No todo es democracia electoral.
La presencia de La Rosalía, la autora de “Malamente”, en uno de los escenarios públicos más importantes de Nuestra América desbordó a las subjetividades y a las diversidades que habitamos la región más transparente del aire. Personalmente vibré cuando cantó este verso: “Y aunque a mí me maldigan a mis espaldas, de cada puñalaíta saco mi rabia”.
Durante el concierto constaté que La Rosalía, la cantante y compositora que fusiona el flamenco con el hip hop, el pop y el reguetón, con ritmos y sonidos disímiles, conecta fácilmente con el público. “Chica qué dices, saoko, papi, saoko”. Y retumbó el Zócalo.
Entre líneas pude escuchar la influencia de Björk y Arca, sin dejar de lado al Niño de Elche, a C. Tangana, ni a J. Balvin y Bad Bunny. El estilo de La Rosalía es innovador porque toma riesgos en medio de la industria musical, popular y global. Es una delicia escuchar sus tres álbumes. Creo que su canción más larga dura 4 minutos. No más. Nuestra retención dura poco y ella aprovecha cada segundo.
Su evolución musical ha dado saltos emocionales marcados por la melancolía, la guitarra flamenca y el cante jondo de base. Siempre en el fondo: su raíz sonora. Quizá por eso las críticas a su dicción. No se entiende a primera escucha. Pero en lingüística, por fortuna, no hay un habla correcta y menos en la música.
Con un concierto gratuito y al aire libre en el corazón de la ciudad, La Rosalía permitió que personas de todas las edades y orígenes se reunieran para disfrutar de una música cargada de arrojo y coreografías ensayadas, sin músicos en el escenario. Este evento no solo fue una experiencia cultural emocionante, sino que se convirtió en un símbolo de inclusión y de diversidad.
Su concierto posibilitó el derecho a la cultura para quien quiso y pudo asistir. Sin embargo, en el Zócalo no estaban todas y todos los que deberían estar porque, incluso, para llegar al corazón de la ciudad se requieren ciertos recursos económicos y de movilidad a los que no toda la población tiene acceso. A la calle salieron las infancias, adolescencias, todo tipo de familias, fans, Motomamis, unicornios, diversidades sexogenéricas, madres, padres, familias completas, personas que no la conocían...
En estos tiempos que cargamos pesadas cadenas de amargura, en los que prevalece la polarización política, o, mejor dicho, la pura grilla sin debates realmente transformadores, celebré la presencia de La Rosalía en el Zócalo. En un momento en el que las artes vivas se han visto afectadas por la pandemia y por la falta, siempre, de recursos económicos y de voluntades para la creación de nuevos públicos. Así que, cualquier iniciativa que nos haga retomar la calle me hace vibrar como lo hicieron los sonidos graves del concierto.
Espero que todas las economías sociales, solidarias, el comercio ambulante y el turismo se hayan beneficiado de esta fiesta, este aquelarre y encuentro de masas/almas.
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