Por Brenda Macías
En el ritmo acelerado de la Ciudad de México, donde cada esquina cuenta su propia historia, tuve el placer de conocer a un noble copiloto de taxista. Se trata de Sultán, el guardián vigilante de su amo e imponente perro cuya presencia impregna respeto y seguridad.
Al tomar el taxi no me había percatado de la presencia del can en el asiento del copiloto, pero cuando me di cuenta de su compañía le expresé mis respetos con un tono de voz cariñoso, aniñado, “un tono chiquion”, diría mi abuela: “¡Ay! Qué precioso bebé, qué maravilla de perro, un chaparrito cuidador” exclamé.