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Por Cecilia Soto González*

En el periodo de cuatro semanas entre la primera  y segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Brasil, el presidente Jair Bolsonaro consiguió aumentar su caudal de votos en siete millones; el ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva, en tres millones, que sumados a la ventaja que había logrado en la primera vuelta, logró un apretado pero invaluable triunfo con una diferencia de 1.8 por ciento. Triunfó el proyecto democrático de la amplia alianza que Lula logró concitar en torno a su candidatura pero no es exagerado decir que también triunfó el bolsonarismo.

Lo dijo de manera explícita el propio Jair Messias Bolsonaro, al aceptar tácitamente su derrota en un discurso de escasos dos minutos: Con esta elección “la derecha surgió de verdad…Me siento muy honrado de ser el líder de millones de brasileños que defienden la libertad económica, religiosa, de opinión, la honestidad…”. Las protestas que ahora se esparcen por más 75 ciudades y carreteras contra el supuesto “fraude electoral” son el resultado de una efectiva labor de zapa del presidente Bolsonaro contra la credibilidad de las autoridades electorales y de las urnas electrónicas. No es extraño, por tanto, que muchos de los manifestantes lo hagan en frente de los cuarteles militares pidiendo un golpe hasta celebrar nuevas elecciones. Bolsonaro ha pedido al Ejército una “auditoría” a las urnas electrónicas, poniendo en duda la autoridad del Tribunal Superior Electoral, una sala del Supremo Tribunal Federal. También ha pedido suavemente a sus seguidores que desbloqueen las carreteras para no violar el derecho a la libertad de tránsito de otras personas pero los ha alentado a seguir manifestándose, para hacer sentir su fuerza a la coalición triunfadora.

El país que el presidente electo gobernará es radicalmente diferente al que gobernó inicialmente; también lo es el entorno internacional que lo recibió clamorosamente hace 20 años, cuando ganó su primera elección. Los precios de algunas materias primas también están altos como en aquel entonces, pero no por el acelerado crecimiento de China, gran comprador de commodities producidas en Brasil, sino por efecto indirecto de la invasión rusa a Ucrania.  La desaceleración de la economía china es notable y difícilmente volverá a importar soya y minerales como lo hizo durante su expansión. Rusia, su otrora aliado, está en guerra y la India ahora está dirigida por un gobierno de derecha.

Pero no solamente el mundo ha cambiado. Encuentro tres procesos que dan base y permanencia al bolsonarismo: el crecimiento del agronegocio en detrimento de la industria, el triunfo cultural de las iglesias evangélicas frente al declive de la influencia de la iglesia católica y la participación masiva de la sociedad brasileña en las redes sociales que le ha permitido comunicarse e influir,  sorteando a los grandes medios de comunicación que han visto con cautela y preocupación el perfil insurgente y disruptor de la ultraderecha bolsonarista. Aún sin Bolsonaro, la derecha en el gigante del sur tiene bases de continuidad garantizadas.

Lula, el negociador y seductor por excelencia, enfrenta un reto complejo. Tendrá que negociar en desventaja cada una de sus iniciativas y, sobre todo, el presupuesto. Su coalición está en minoría en ambas Cámaras y en éstas las bancadas ruralistas de la Federación de Parlamentarios del Agro  superan el 40 por ciento. Estos legisladores son los que han impulsado, mediante decretos,  la expansión de la agricultura hacia zonas de la Amazonia que pertenecen a tribus indígenas o que estaban protegidas por la ley, lo que se ha traducido en un crecimiento escandaloso de la deforestación. Muchos de los legisladores apoyados por el agronegocio pertenecen al mismo tiempo a la bancada evangélica, especialmente en la Cámara de Diputados. Esta combinación tan conservadora es lo que explica que en esta elección, solo hayan llegado a la Cámara 91 diputadas, lo que representa apenas el 17 por ciento del total de los 513 legisladores.

El triunfo de Lula es un enorme aliciente para sus seguidores y aliados y un motivo de respiro y alivio para muchos gobiernos e instituciones globales que veían con fundado temor que en Brasil se consolidara esta especie de trumpismo tropical que representa Bolsonaro. El bolsonarismo se ha topado con la determinación firme de millones de brasileños por defender la democracia pero es una nueva realidad a la que no se podrá ignorar.

(*)Ex Embajadora de México en Brasil

@ceciliasotog

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