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Por Cristina Massa

Si hay un imperativo universal y categórico en el ejercicio de la maternidad a la mexicana, es “El crío no se enfriará”.

Las madres mexicanas vivimos con un temor cerval a las corrientes de aire, los pies descalzos, el agua fría. Cubrimos con chambritas, cobijitas, gorritos, toallas grandes y con capucha, a seres menores a un metro. Evolucionamos a suéteres, sudaderas, camisetas térmicas y chamarras, conforme superan esa medida. Pero nunca, nunca, abandonamos la tarea de asegurarnos que todo ser salido de nuestro vientre, unido por adopción, e incluso con un parentesco consanguíneo o por afinidad hasta el cuarto grado, sin importar edad, estatura o peso, esté debidamente tapado.

Esta característica esencial de la maternidad mexicana se presenta en mujeres dedicadas primariamente al hogar, en trabajadoras de tiempo parcial, en profesionistas y empresarias, en el campo y en la ciudad. 

Mujeres al frente del debate, abriendo caminos hacia un diálogo más inclusivo y equitativo. Aquí, la diversidad de pensamiento y la representación equitativa en los distintos sectores, no son meros ideales; son el corazón de nuestra comunidad.