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Por Felisa González, Directora del Centro de Reconocimiento de la Dignidad Humana para las instituciones que conforman al Tecnológico de Monterrey: Tec de Monterrey, Tecmilenio y TecSalud. Egresada de Ingeniería Industrial y de Sistemas por el Tecnológico de Monterrey, con Maestría en Administración con especialidad en Mercadotecnia.
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El acceso a la educación es un derecho fundamental reconocido desde 1948 en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. En México, la Constitución Política, en su artículo tercero, establece que, la educación, además de ser laica y gratuita, contribuye en la búsqueda de una mejor convivencia humana, dignificar a las personas y fortalecer el tejido social en beneficio de las comunidades.

Contextualizando, basta recordar que hasta 2022, México ocupaba el lugar 102 de 132 países evaluados en temas de calidad educativa, de acuerdo con la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE).

Lo anterior nos enfrenta a una realidad que enmarca una serie de retos al interior de las instituciones educativas, esto nos permite ser conscientes de hacia dónde dirigir los grandes esfuerzos para lograr espacios seguros en los que la dignidad humana sea reconocida. Algunos ejemplos de lo anterior son: cultura normalizadora de la violencia, discriminación y sesgos Inconscientes, dinámicas de violencia fuera o dentro de la institución, falta de recursos y personal capacitado, comunicación inadecuada entre los diversos integrantes de la comunidad educativa, uso no responsable de la tecnología, y por último, procesos y/o políticas no adaptadas para la inclusión como los más relevantes.

Especialmente hoy los grupos históricamente discriminados buscan reconocimiento y visibilidad. Es aquí en donde las instituciones educativas jugamos un papel fundamental y por lo mismo debemos asumir un compromiso con el individuo y la sociedad; esto a fin de seguir avanzando, y a su vez crear entornos que permitan desafiar viejas ideas y dar lugar a la transformación en sintonía con las necesidades globales y de la persona.

La inclusión no es solo una palabra, sino un conjunto de acciones que implican garantizar que cada estudiante, independientemente de su origen, género o capacidad, tenga la oportunidad de desarrollar su potencial y contribuir con la transformación social. Esto se logrará promoviendo una cultura de respeto, fomentando la empatía y derribando barreras y viejas costumbres.

Las instituciones educativas: el rol que nos toca

Como ya lo mencionaba, las instituciones educativas son el espacio en donde se propicia la reflexión, la generación de conocimiento y nuevas ideas, pero también contribuyen en la sensibilización y prevención de sucesos que fracturen el sano desarrollo de sus estudiantes.

El contexto actual exige condiciones donde cada individuo se sienta reconocido, donde la empatía se vea fortalecida frente al deseo de tener la razón y donde las juventudes puedan expresar libremente sus ideas.

Por ello, las aulas deben de convertirse en espacios colaborativos que propicien el trabajo en equipo, hablar de ideas, el debate de puntos de vista diferentes, el diálogo sostenido, siempre aceptando las discrepancias en un ambiente de tolerancia, respeto e integridad.

Seguridad en todas las dimensiones

Atender los llamados que diariamente hacen las y los jóvenes desde distintas trincheras permite prevenir, detectar y atender oportunamente los primeros indicios de conflicto, violencia o abuso.

Visibilizar esta situación y ser honestos frente a ellos, permite actuar de forma constructiva y tajante para crear proyectos y espacios que aseguren el entendimiento de cada expresión de las juventudes con dignidad, compasión, igualdad de género, diversidad e inclusión.

Enfrentar estos retos requiere un compromiso constante por parte de las instituciones educativas, las y los docentes, el personal administrativo, las y los estudiantes y los padres y madres. Trabajar en conjunto para crear un ambiente seguro y respetuoso es esencial para garantizar que la dignidad humana sea reconocida y protegida dentro de la comunidad educativa. Por ello, creo pertinente mencionar que es nuestro compromiso el ir más allá del tema profesional y acompañar el desarrollo de las personas considerando todo su entorno.

Instituciones como el Tecnológico de Monterrey cuentan con programas formativos, servicios y recursos que ayudan a la comunidad estudiantil. Por ejemplo, el Centro de Reconocimiento de la Dignidad Humana, en donde se atiende, da seguimiento y solución a casos donde la dignidad de las personas ha sido vulnerada en situaciones de acoso, discriminación y violencia de género, por mencionar algunos.

En el corto plazo, los espacios de investigación y educación tenemos un importante compromiso: lograr una educación inclusiva y de calidad, tal como lo establece el Objetivo 4 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), adoptados en 2015 por Naciones Unidas.

El panorama no es sencillo, sin embargo, la voluntad de instituciones, sociedad y los individuos permitirá crear condiciones para que niñas, niños, jóvenes y adultos encuentren espacios para aprender, desarrollar sus talentos y crear habilidades que les garanticen una vida plena y, al mismo tiempo, construir comunidades más incluyentes, prósperas y sostenibles.


Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.


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