Por Fernanda Salazar
Hacia donde sea que miramos, la constante es un debate lleno de ruido en el que se pierde la sustancia. Las ideas valiosas se diluyen en múltiples formas de violencia y la retórica de bandos en la que cada lado se asume como el bueno. Estar en el lado opuesto es, indiscutiblemente, estar equivocado, ser malo, y merecer la humillación y el desprecio, en el mejor de los casos. En el peor, la amenaza, intimidación e ideas francamente de aniquilación.
Esto sucede en todo el mundo ante nuestros ojos. Quienes no se identifican con uno de los bandos no encuentran una alternativa o un espacio de expresión libre de violencias para participar en el debate público, en la política electoral y ni siquiera en el campo virtual (cuya violencia es cada vez más preocupante). México no es la excepción en esta dinámica.
Aunque mucha gente rechaza el carácter polarizado del debate en México con el argumento de que hay una mayoría clara, al menos en las urnas, es importante entender que, desde los estudios de conflicto, las dinámicas polarizantes no requieren el mismo peso entre ambos lados sino el mismo tono: posturas irreconciliables y confrontativas que tienden a nublar y descalificar deliberadamente la moderación, la ambigüedad y la duda.