Por Fernanda García, directora de Sociedad Incluyente del Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO). Las opiniones aquí expresadas son de la autora y no necesariamente representan la postura institucional del IMCO.
Comienza marzo y con él llega el Día Internacional de las Mujeres, fecha que se conmemora año con año en el octavo día del mes. En México, la marcha del 2020 marcó un antes y un después, pues miles de mujeres tomaron las calles a lo largo y ancho de nuestro país en una magnitud que no se había visto antes.
Según la Secretaría de Seguridad Ciudadana, tan solo en la Ciudad de México la asistencia de mujeres a la marcha del 8M, como se conoce coloquialmente, se multiplicó por 10 entre 2019 y 2020. En este último año, alrededor de 80 mil mujeres marcharon en la capital para exigir una respuesta del Estado ante la violencia de género que se materializa desde acoso sexual hasta feminicidios que se volvieron parte de una cotidianidad.
A pesar de esta movilización liderada por colectivos feministas, madres, y mujeres de todas las edades, hartas de esta violencia en México, el panorama ha cambiado poco. Los orígenes de este día se remontan a la lucha contra la desigualdad salarial que empezó en 1875 entre las mujeres del sector textil estadounidense, y es más que preciso retomarla en el contexto que vivimos actualmente.
Destacan tres aspectos. Primero, las mujeres realizan la principal carga de trabajo no remunerado en nuestro país, ya que en promedio ellas destinan 40 horas semanales a las labores del hogar y de cuidados, mientras que los hombres destinan 16. Si el trabajo no remunerado fuera un sector económico, sería el más grande –por encima del comercio o las manufacturas–, y aportaría el equivalente a uno de cada cuatro pesos del PIB nacional.
Segundo, a pesar de que el crecimiento del empleo en 2023 fue impulsado por las mujeres, persiste una baja participación femenina en el mercado laboral. La proporción de mujeres que tienen un empleo o busca uno alcanza 46% –y sí, son niveles históricos para México–, una cifra aún muy lejana a la de 76% de los hombres.
Por último, existen otras brechas de género en el mercado laboral; por ejemplo, las mujeres tienden a ganar 16% menos que los hombres. Esto implica que por cada 100 pesos que percibe un hombre, una mujer gana 86. La informalidad exacerba esta desigualdad, y debido a que ellas encuentran pocas oportunidades que responden a sus necesidades en el mercado de trabajo formal, más de la mitad de ellas realiza actividades económicas sin contrato, prestaciones o seguridad social.
A nivel macroeconómico, estas disparidades pueden parecer una realidad lejana, pero dejan de serlo cuando estas se traducen en una menor autonomía económica para las mujeres. Contar con independencia económica no solo implica tener ingresos propios y suficientes, sino también tener control sobre ellos, lo que permite –en palabras sencillas– tomar decisiones en libertad. Hoy, todavía una de cada cuatro mexicanas no cuenta con ingresos propios, lo que las lleva a depender 2.2 veces más de ingresos de fuentes terceras como programas sociales, remesas o transferencias de familiares, en comparación con los hombres.
Hoy 8 de marzo marcharé de la mano de amigas y colegas. Lo haré para exigir que se detengan las olas de violencia y para que todas las mujeres nos sintamos seguras, porque si no existimos, nada más importa. Pero también porque es urgente avanzar hacia una mayor igualdad entre hombres y mujeres, desde el hogar hasta el mercado laboral. Seguiré marchando para que podamos decidir en libertad, para que la falta de autonomía económica no sea motivo para verse atrapadas en realidades no deseadas. Como dijo Clare Boothe Luce, política americana del siglo XX, “la mejor protección de una mujer es un poco de dinero propio.”
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.
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