Por Frida Mendoza
Hace un par de meses, después de cenar por el cumpleaños de una de mis amigas más queridas, pasamos junto al foro donde se había presentado la banda The Mars Volta, y alrededor nos encontramos a muchas y muchos con sus camisetas negras o de la banda y vestimenta muy similar. Recuerdo que incluso entre mis amigas y yo platicamos lo extraño que era ver “desde afuera” algo así, porque generalmente estar en los alrededores de un concierto es porque asistes a él y vistes de manera similar.
Luego de este gran fin de semana en el que Barbie se estrenó (a mí me gustó muchísimo la película), hay bastantes reseñas -en este y otros espacios- y seguirán surgiendo… mi interés al regresar a la memoria que cuento de inicio es porque quiero escribir en defensa del rosa y del disfrute.
Considero -no soy experta en marketing- que Barbie ha tenido una de las campañas más exitosas porque todxs hablamos de la película y no solo eso, hubo una preparación al vestir, con quién ir, tener los boletos listos y compartirlo en redes y la diferencia con muchas otras películas y franquicias exitosas es que este fenómeno suele ocurrir únicamente en las funciones de estreno y no durante todo un fin de semana como lo vimos.
Así como en todo, siempre queda el registro fotográfico del suceso y con ello llegaron las críticas y burlas a quienes iban felices a ver la película. Entrar a cualquier red social implicaba ver algún contenido así, y en Twitter - desde hace tiempo se ha comprobado que es un lugar donde se amplifica el contenido que polariza y el algoritmo nos muestra publicaciones sobre algo que nos gusta desde una visión contraria- fue natural encontrarse con tuits que ridiculizan el disfrute. Porque de eso se trataba, del disfrute de una película, de la nostalgia de muchas personas y de pasarla bien.
Así llegamos al caso de Ernesto. Su historia se hizo viral el jueves, día del estreno de la película, cuando fue fotografiado en una de las filas de un cine en Matamoros, Tamaulipas. La foto formó parte de una de las galerías que un medio local digital publicó en sus redes sociales y se viralizó. Según relató en su cuenta de Tiktok, las burlas a su imagen, la gordofobia y los memes sobre él fueron tan veloces, que el joven ni siquiera terminó de ver la película cuando ya estaba angustiado viendo cómo era objeto de una burla en internet.
Y aquí además de hablar en defensa del rosa, quiero hacer una pausa para una vez más expresar mi molestia, como periodista y como audiencia, hacia el papel de los medios de comunicación: ¿Será hora de repensar este tipo de coberturas? ¿Por qué no nos detenemos a considerar el acoso que pueden recibir las personas cuya imagen estamos replicando en nuestro medio? ¿Solo porque a manera personal de un reporterx, community manager o editor la vestimenta de alguien le resulta curiosa tenemos derecho a subirla? ¿Por qué no hacer una cobertura más humanizada, con el consentimiento de las personas a quienes se les fotografía?
Ahora, como sociedad, ¿por qué debe de haber una burla hacia un grupo de personas que decidió vestir de determinado color para asistir a una película? ¿Por qué, a diferencia de otros estrenos donde muchas personas acuden a un estreno con el disfraz de su superhéroe favorito o quienes van a un estadio con la camiseta de su equipo de futbol/basquetbol/americano/béisbol, en este caso hubo más faltas de respeto?
Y no me malinterpreten, a mí me han incomodado también quienes se burlan de quienes van con un disfraz completo del hombre araña o que a una persona que le gusta algún deporte se le denoste, pero si hablamos con sensatez, en esta ocasión las críticas a todas las personas que vistieron de rosa para ver Barbie fueron desde un lugar que hace menos a quienes tienen gusto por algo “feminizado”, por el rosa, un color que representa debilidad, por un grupo de, principalmente, mujeres y personas con identidades y preferencias disidentes, así como de cuerpos no hegemónicos. Vaya fragilidad.
Todas y cada una de las personas que disfrutan de una película, de una banda musical o de un deporte merecen el mismo respeto y si no compartimos ese gusto en particular no habría por qué sentirse superiores ni mucho menos fomentar la ridiculización hacia su persona.
Porque así como ocurrió con mis amigas cuando vimos a los fans de The Mars Volta, comentamos entre nosotras y pasamos de largo, en ocasiones me he encontrado desde la otra posición: me he puesto la playera del Cruz Azul para acompañar a mi novio al estadio, he usado decenas de playeras negras con el logo de la banda en los conciertos de rock a los que he asistido, de adolescente me disfracé de bruja para eventos de Harry Potter (aunque ahora ya no coincida con la escritora), este fin de semana usé rosa para ver, reír y llorar con Barbie y estoy emocionada planeando lo que usaré en el concierto de Taylor Swift en agosto.
Suficiente tenemos con las dificultades cotidianas, con el contexto laboral, económico y de violencia que vivimos en México como para que todavía tengamos que limitarnos en gustos personales que no buscan agredir a nadie.
Es hora de pensar que lo que sucede en internet es real, y que nadie está obligado a ver una película ni participar en ningún fandom (y que tampoco ningún fan debe llevar sus gustos a niveles tóxicos donde agreda). Y así como las interacciones en internet son reales, los sentires a partir del acoso y las burlas en redes sociales (y peor aún si es desde medios digitales) también lo son.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.
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