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Por Frida Mendoza
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He de confesar que poder iniciar esta columna me tomó tiempo. Desde el comienzo de mi carrera como periodista -trabajando en la sección metropolitana- ha sido una constante el revisar las fichas de búsqueda, compartirlas y armar notas “diarias” sobre desaparición de menores y feminicidios, muy doloroso y pesado de seguir constantemente, más cuando la fórmula es un feminicidio infantil.

Y no me malentiendan, todas nos duelen. En realidad toda la violencia machista, capacitista, transfóbica, racista y feminicida es dolorosa y no se trata de competir, pero hoy quiero compartirles un poco más a fondo el tema de los feminicidios a niñas y adolescentes. Esta semana hablé con especialistas en derechos para la infancia y me enteré que ocupan el 10% de todos los feminicidios a nivel nacional en el periodo 2015-2023. Todas esas niñas nos duelen.

Tal vez uno de los primeros casos de feminicidio que me tocó seguir a fondo fue el de Valeria en Nezahualcóyotl en 2017, quien desapareció tras abordar una combi para resguardarse de la lluvia. Y como toda primera experiencia pienso en los comentarios revictimizantes que llegué a leer y escuchar en las calles: “¿Por qué se subió sola?” “¿Qué padres tan irresponsables!”... era un trayecto de menos de 15 minutos y tenía que llegar a salvo.

Desde entonces, muchas más niñas y adolescentes en México han sido víctimas de feminicidio. Fátima, Giselle, Lupita, Camila… y a inicios de abril de este año se confirmó el de Emilia, en Apatzingán, Michoacán.

A partir del caso de Emi realicé esta semana un reportaje en el que se reúnen las voces de especialistas como Tania Ramírez, directora de Redim y Juan Martín Pérez, coordinador de Tejiendo Redes de la Infancia, quienes desde sus trincheras me compartieron su percepción e información relevante para comprender este tipo de violencia que está dejando una herida muy dolorosa en nuestro país y en tantas familias.

¿Cómo dimensionamos los casos? Tania Ramírez me explicó que, de acuerdo con cifras oficiales del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, hubo un aumento de poco más del 16% en los feminicidios que se registraron en enero de 2023 con respecto a los de 2022. ¿Cuántos? Mientras en enero de 2022 una niña o adolescente era asesinada en México cada cinco días, para 2023 hubo uno cada cuatro días. No podemos permitir que esto escale hasta que a diario haya una niña o adolescente asesinada.

En el combate de esta violencia, Juan Martín Pérez detalló algo importante: tenemos que recordar que no se trata de monstruos, sino de una violencia e impunidad sistémica, amparados desde una cultura adultocéntrica.

Ahora que estamos tan cerca del 30 de abril, el día en el que hablamos de las infancias y de sus derechos, sería bueno repensar cómo el adultocentrismo, donde ponemos nuestras necesidades como personas adultas antes que las de niñas, niños y niñez, también abona a no pensar en la violencia feminicida o a minimizar los hechos. Entre estas actitudes adultocéntricas, culpar a la familia o específicamente a las mamás cuando sus hijas desaparecen son tan dañinos como calificar como irresponsables y sin agencia a las menores.

Y con estas reflexiones, que claro que van hacia la sociedad en general, tanto las autoridades como los medios debemos tomar responsabilidad, para empezar, cuando una menor desaparece. Aquí un paréntesis: Tania Ramírez nos reitera que debemos privilegiar la presunción de búsqueda con vida sin dar por sentado que culminará en feminicidio, encontrarles con vida es el objetivo siempre.

Es así que al hablar de la responsabilidad de los medios debe estar en no presentar información que revictimice ni a su familia ni a la menor desaparecida. Tampoco emitir juicios de valor, ni aportar al discurso donde se “reclama” el uso de recursos para buscar a una menor que “al final regresó con vida”. Y no hablo al vacío, cuando en Querétaro recientemente hubo el reclamo desde los medios locales por el hallazgo de una joven “que engañó a todos”; y vaya aunque este caso es de una mujer adulta, lo mismo ocurrió cuando hace unos meses una menor desapareció en el paradero de Indios Verdes en la Ciudad de México y días después volvió a casa. Todas las menores desaparecidas merecen el mismo despliegue, operativo y relevancia mediática para ser halladas con vida.

Otro punto es el cómo manejamos la información, la huella digital que dejamos de las menores. ¿Qué tan relevante es señalar con santo y seña cómo se les violentó? ¿Qué aporta?

La colega Luisa Cantú lo hizo excelente con el caso de la menor en Indios Verdes, que cuando regresó con vida y más allá de revictimizar se informó que dejaría de usarse su nombre, por cuidar de ella, para que su regreso a casa sea lo menos revictimizante posible y nos olvidemos por esta sed de clics o audiencia sin ética y a costa de víctimas.

Me parece que así como nos duelen todos y cada uno de los casos, no podemos permitir este avance de una tragedia nueva cada cierto tiempo sin un aprendizaje. Necesitamos capacitarnos, socializar las herramientas que hay a la mano para hablar en comunidad sobre la desaparición y evitar que haya más niñas y adolescentes asesinadas. Todas nos duelen.

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@FridaMendoza_

Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.


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