Por Kenia Berenice Roque Velázquez*
A veces me encuentro pensando: "Ojalá hubiera nacido diferente...". Pero reflexiono sobre ello y me doy cuenta de que si hubiera nacido en otro cuerpo, en un contexto social distinto o en circunstancias económicas diversas, no sería la persona que soy hoy. Acepto mi identidad tal como es, con este cuerpo y esta historia, sin más ni menos.
A menudo he escuchado sobre la importancia de la identidad, y a veces siento culpa por existir, al ser parte de esa gran masa de "los nadie, los nada, los ninguneados", como lo expresó Saramago. Esta presión ha estado presente en mi vida desde que tengo memoria, pero en la mayoría de las ocasiones la ignoro, culpando a mis propias decisiones de mis dificultades.
Hoy, repito como un mantra: "Haces lo que puedes con las herramientas que tienes, y eso es suficiente". ¿Cómo me convenzo de que soy suficiente cuando mi entorno parece decir lo contrario?
A medida que avanzo en la vida como una mujer adulta de 33 años, comienzo a reconocer esa presión y a darle forma, color y rostro. Tiene el rostro del adolescente que me rechazó por no ser blanca, alta, delgada y delicada. Tiene la forma de la reunión en la que no fui escuchada. Tiene el color de la persona que me miró con desdén en la plaza. Tiene el olor del hotel que nunca me dio trabajo como recepcionista. Tiene la voz del maestro que me hizo dudar de mis habilidades para ser investigadora o destacar como profesional. Son múltiples caras que me acechan en cada esquina: discriminación y desprecio, falta de comprensión.
A veces pienso: "Ojalá hubiera nacido diferente...". Pero entiendo que mi identidad es un todo integral, y no se puede separar de las experiencias que la han moldeado. A pesar de sentirme a veces como una impostora, sé que soy quien soy, con una historia que es mía y única.
Me identifico como una mujer afro-zapoteca, y a veces me cuestiono esta identidad, especialmente porque se ha utilizado la lengua para definir si una persona es indígena o no. Comprendo las razones detrás de esto y su importancia, pero me pregunto: ¿qué pasa con las personas que solo hablamos español? La respuesta me la dio un querido amigo: yo no elegí que me privaran de la lengua de mis ancestros.
Siento constantemente la necesidad de justificar mi identidad. Mi raíz africana está presente en mi nombre, Kenia, y en mi cabello, así como en las profundas heridas ancestrales que llevo conmigo.
Mi identidad zapoteca se refleja en mi huipil, en la mistela y los totopos, en la celebración y el amor de mi madre.
Hoy, me celebro a mí misma y me enorgullezco de quien soy. A pesar de las presiones y las dudas, mi identidad es un tesoro que abrazo con fuerza y gratitud. Soy una mujer afro-zapoteca, y mi historia es valiosa y única.
Mujer afrozapoteca, originaria de la comunidad Almoloya de Gutiérrez, municipio del Barrio de la Soledad, Oaxaca. Ingeniera en Agroecología y radialista comunitaria.He laborado en diversas áreas como: asesora técnica, productora radiofónica, locutora, referente de género, en el acompañamiento a comunicadoras y comunicadores comunitarios, y acompañamiento a las infancias. Asistente de investigación en el Colegio de la Frontera Sur en San Cristóbal de las Casas, Chiapas.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.
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