Por Laura Sarvide Álvarez Icaza
Este artículo está inspirado en el libro “Caleidoscopio ciudadano” el cual contiene 41 relatos de iniciativas cívicas ejemplares y que emergieron en el marco de mi programa de radio “Ciudadanía a tiempo completo”, a partir de entrevistas realizadas lunes tras lunes durante dos años, sin interrupción, y las cuales fueron transmitidas por las emisoras Ciudadana 660, del Instituto Mexicano de la Radio (IMER), y UCRadio, de la Universidad de la Comunicación.
El eje temático que envuelve el libro es la ciudadanía, ese actor latoso como una pulga en un elefante que no lo deja en paz picando por doquier su inmenso cuerpo. Somos chiquitos en comparación con los gobiernos, pero en este caso más vale calidad que cantidad. Por lo que hacemos, y cómo lo hacemos, damos comezón, somos una lata innecesaria para los gobiernos y los partidos, pero también somos esenciales para garantizar la democracia –no cualquiera, sino incluyente–, donde todos tenemos voz y cabida en asuntos públicos, ya que lo público es nuestro, de todos.
Existe un sinfín de bibliografía sobre la definición conceptual de la ciudadanía, no existe una versión “oficial” y universalmente válida. Sin embargo, afirmamos que la ciudadanía es una condición humana donde nos desenvolvemos, y está ubicada en el marco de una comunidad política Estado-Nación. Es el territorio donde desplegamos nuestra vida una diversidad de pobladores regidos por instituciones que reconocemos como propias, representativas, con una legislación común y un patrimonio propio desarrollado a lo largo de la historia. No basta la membresía que da la Constitución, si no se tiene pertenencia, en cuerpo y alma, a su comunidad y una actitud permanente de participación.
La ciudadanía parte de una doble raíz: la griega y la romana, y se origina en dos modelos de democracia que atraviesan la historia: la participativa y la representativa. Fernando Savater, filósofo e intelectual español, escribió: “Ciudadano es el miembro consciente y activo de una sociedad democrática que conoce sus derechos individuales y sus deberes públicos, por lo que no renuncia a su intervención en su gestión política que le concierne, ni delega todas las obligaciones en manos de los especialistas en dirigir, sea el gobierno, los partidos o los políticos”.
Además la ciudadanía somos personas responsables en nuestra vida cotidiana: lo que yo haga tiene impacto para quien me rodea y para mí mismo; es una construcción cotidiana de todos los días para moldearse y pensar en el bien común; no es sólo mi beneficio individual, sino que me pregunto ¿qué pasa con los demás? Aprendamos a ser un ciudadano responsable en nuestro hogar, cuadra, manzana, colonia, justo ahí. Simples cambios de costumbres ya nos involucran en la ciudadanía. El mundo y el país son muy importantes como para dejarlos sólo en las manos de los políticos, por ello la ciudadanía debe participar activa y sostenidamente en la vida cotidiana y, por supuesto, en los asuntos públicos. Hay que vencer la apatía, el miedo a las represalias y la actitud pasiva. Si queremos un México donde todos tengamos cabida, démonos a la tarea de investigar, informar, formar y actuar en consecuencia.
A la ciudadanía hay que traerla puesta, insertada a la piel, ya que lo que cada uno de nosotros hagamos, o dejemos de hacer, tiene consecuencias; pongámonos en los zapatos de los otros. Una ciudadanía responsable no deja a los políticos adueñarse de la política, porque el no hacer política ciudadana, el no protestar y quedarnos conforme frente a lo que pasa en nuestras narices, es favorecer a quienes pisotean nuestras vidas a través de políticas públicas que sólo favorece a unos cuantos.
Es importante su contrapeso para que todos, sin excepción, logremos ser parte de nuestra comunidad política, y protejamos nuestros derechos sociales, políticos, culturales, cívicos y hasta ambientales. Demos la batalla para que la ciudadanía sea una herramienta, un vehículo, una aspiración, un actor estratégico a través de la cual apelar a una sociedad incluyente que garantice los derechos de todos. Llamemos la atención de los funcionarios y políticos de partidos para que escuchen las voces ciudadanas. Estamos cansados del agotamiento de la democracia representativa que sólo encarna sus intereses y el sostenimiento de su poder.
Me gustaría que Caleidoscopio ciudadano dejara una huella, un rastro, una energía en las mentes, el espíritu y los corazones para que cada vez seamos más y más quienes a tiempo completo, de forma comprometida y propositiva, abracemos con fuerza nuestro derecho y obligación ciudadana ahí donde transcurre la vida de cada uno. Además de hacernos cargo de los asuntos públicos, esos que hemos dejado en manos de intereses gubernamentales y partidarios. Recordemos, lo público compete a todos.
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