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Por Liliana Romandía Manzo
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Nunca me ha gustado cómo suena la palabra lesbiana. Aunque su origen se remonta a Safo de Lesbos, una isla griega, donde la poetisa se atrevió a escribir poemas de sentimientos entre mujeres, me sigue resultando difícil pronunciarla e incluso escucharla. Atribuyo esta aversión a su fonética o a la connotación inherente de desprecio y rechazo. O tal vez sea porque cuando las cosas se dicen, ya existen.

De cualquier manera, es solo una palabra. Hoy en día, además de ser mujer, formar parte de la comunidad LGBT demanda mucho valor para enfrentar los prejuicios y señalamientos de la mayoría de la población, incluyendo familiares y seres queridos. El riesgo siempre está presente.

Ser lesbiana en el mundo laboral implica sumar una serie de desventajas adicionales que obstaculizan a las mujeres en posiciones de poder y liderazgo. Hay que ir contra la corriente. Aún es casi imperativo fomentar la ilusión de que los hombres deben tener mujeres guapas y disponibles a su servicio. Una mujer lesbiana tendrá que superar, además de las desventajas propias del género, la falta de la carta de ser la posible esposa, novia o amante de un hombre para avanzar con menor dificultad. No tendrá el respeto ni la consideración hacia su vida personal, pues no tiene hijos.

Ya no se espera que sea la mujer tierna, prudente y elegante que se mueve con cuidado para no resaltar, salvo por su belleza. Aquí no es necesario cruzar las piernas; hay que pararse firme, poder mover las manos sin esconderse, con determinación y seguridad, cualidades comúnmente etiquetadas como masculinas. Estas características, que desafían las normas de género, no solo son un acto de resistencia, sino una declaración de que la competencia y la autoridad no son exclusivas de los hombres. Ser lesbiana en el ámbito laboral también implica enfrentarse a la invisibilidad y el estigma. Las mujeres lesbianas a menudo deben trabajar el doble para obtener el mismo reconocimiento que sus pares heterosexuales. Esta doble carga incluye demostrar constantemente su profesionalismo, a la vez que navegan por un entorno laboral que puede ser hostil o excluyente.

Los datos son reveladores: según un estudio de Human Rights Campaign, un 46% de las personas LGBTQ+ ocultan su identidad en el trabajo por miedo a la discriminación. En el caso de las mujeres lesbianas, esta cifra puede ser aún mayor debido a la doble discriminación por género y orientación sexual. Además, un informe de Stonewall indica que las mujeres lesbianas tienen menos probabilidades de ser promovidas en comparación con sus colegas heterosexuales. La cultura corporativa dominante a menudo pasa por alto las necesidades y perspectivas de las mujeres lesbianas, perpetuando un ciclo de exclusión y desventaja.

Soy una mujer mexicana, milenial, nacida y criada en provincia, al norte del país. Un esposo, tres hijos y la casa blanca con mascota se suponían suficientes motivaciones para terminar los 20 años de estudio y aplicarlos en la cocina, plantas y educación de mis hijos. Como muchas, nunca cuestioné ese destino, solo avanzaba.

Es altamente probable que me haya enamorado de mi primera mejor amiga y no lo supiera. Tuvieron que pasar muchos años, muchas marchas y el nacimiento de nuevas generaciones para darme cuenta de que el camino que se me había invitado a recorrer no iba a ser el mío.

Cuando reconoces que sientes algo por una persona de tu mismo sexo, tu cerebro dispara y activa su instinto de supervivencia, que se apodera de ti. Sabes que esto te expondrá constantemente a situaciones vulnerables. Tanto ruido mental obstaculiza la conexión con tus sentimientos. Es importante tomar decisiones y ser muy honesto contigo misma y con los demás.

En mi experiencia, una de las ventajas de atreverse a ser quien verdaderamente eres en un mundo o país que no está listo para pensar diferente es la libertad. La libertad de no seguir una serie de pasos o estereotipos preestablecidos, porque simplemente no los hay. A menudo me preguntan sobre esto, y respondo que no hay reglas ni patrones a los que uno deba ajustarse. Eso te da una tremenda responsabilidad de demostrarte a ti mismo que, aun sin frenos, puedes ser una mujer lesbiana con una vida sana y exitosa como la de cualquiera.

Aquí el premio es ser feliz, y con feliz me refiero a ser congruente con lo que se piensa, se siente, se hace y se dice. Poder tener sentimientos fuertes por alguien sin temor, vergüenza o culpa es un verdadero lujo que nos coloca por encima de quienes no quieren cambiar sus ideas basadas en ignorancia, odio y creencias limitantes.

Hoy puedo decir, desde mi trinchera, que el mes de junio es mi favorito porque aprovecho las fechas para expresar que el amor hacia mí misma y hacia los demás es un valor no negociable, que está por encima del qué dirán y de todos los obstáculos que se puedan presentar.

Ser lesbiana en un cargo líder en el mundo laboral no solo es una cuestión de resistencia personal, sino también de redefinición de espacios y normas. Cada logro, cada promoción, y cada día de autenticidad en el trabajo es un paso hacia un entorno más inclusivo y justo para todas las mujeres. Por eso, en este mes del orgullo, celebro mi libertad y la de todas aquellas que, con valentía, se atreven a ser ellas mismas, rompiendo moldes y construyendo un futuro donde la diversidad sea la norma, no la excepción.

*Liliana Romandía Manzo dirige áreas  de comercialización e innovación y tiene experiencia en puestos de liderazgos corporativos. 

Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.


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