Por Liliana Alvarado
El huracán Otis dejó a su paso por Guerrero muertos, desaparecidos y destrucción. Las principales afectaciones del fenómeno categoría 5 se dieron en el puerto de Acapulco, en donde las rachas de viento se llevaron una buena parte de la infraestructura, del sistema eléctrico, de telefonía e internet y de la propia vida que caracterizaba al puerto. Si bien es cierto que la época dorada de Acapulco quedó atrás hace varias décadas, seguían siendo muchos los turistas nacionales y extranjeros que acudían de manera periódica a pesar de todos sus problemas.
Mi esposo y yo estamos entre ese grupo de personas que acudía al puerto periódicamente, ya fuera solos o acompañados de amigos. Al paso de los años los planes se tuvieron que ir adaptando. Algunas cosas que ya no hacíamos incluían transitar en la carretera sin luz de día por temor a los asaltos. Las salidas a cenar eran cada vez menos, pues el ambiente en varios de los restaurantes empezaba a sentirse pesado e inseguro. Había zonas en las que sabíamos que ya no debíamos circular y las evitamos de antemano. No obstante, a pesar de tomar precauciones, en nuestra última visita nos surtieron gasolina “pirata” y como consecuencia llegamos a la Ciudad de México después de varias horas arrastrados por una grúa. No es ningún secreto que la decadencia del puerto se debe, en gran medida, a la presencia del crimen organizado.