Por Linda Atach
Se le ha dado mucho oxígeno al odio.
Joe Biden
Sentimos un tremendo desamparo. Un desamparo que nos confunde, paraliza y pone en duda nuestra fe en el futuro: ¿Podemos sentirnos seguros en un mundo amenazado por el terror?
No lo creo, de hecho pienso que es imposible. Quizá por eso me lastima tanto que el odio que conmocionó al mundo el 9 de septiembre de 2001 con los atentados de Al-Qaeda en el World Trade Center y el Pentágono, siga vigente y haya provocado la evacuación de miles de personas del Palacio de Versalles y el Louvre, el cierre de seis aeropuertos en Francia, pero más que nada, el secuestro de 250 civiles y la muerte de más mil quinientos israelíes -entre ellos bebés decapitados-, un profesor apuñalado al norte de Francia y dos suecos asesinados en Bélgica.
¿Qué pasa con el mundo? ¿Es posible que se nos haya olvidado tan rápido que hace pocos meses sumamos esfuerzos para sobrevivir a una pandemia? ¿Hasta dónde llegarán las amenazas y los actos terroristas para que el mundo despierte y deje de justificarlos? ¿Es tan difícil entender que las amenazas, la privación de la libertad, la tortura y la muerte de civiles, jamás serán prendas de cambio? ¿Cuántas muertes más bajo el clamor de Alá u Akbar?
Creo que ya es tiempo de aclarar que la vida y la paz deben ser la meta que nos defina como humanos y que el terrorismo de Hamás no representa al pueblo palestino de la Franja de Gaza, si no que éste ha sido utilizado en la lucha de este grupo por acabar con las vidas de todos los que no creen en el último de los profetas, e incluso con los que creen en él, pero no de la manera que el extremismo considera correcta.
También necesario subrayar que el Estado de Israel ha existido 75 años en un entorno de hostilidad y con esta última, once guerras -1948, 1956, 1967, 1973, 1982, 1991, 1994, 1987-93, 2000-2004, 2006, 2023- y un sinfín de descalificaciones que lo condenan por el sólo hecho de existir, defenderse y ser la patria de un pueblo resiliente que transformó una tierra seca y poblada por sobrevivientes del holocausto en una ejemplar y fértil potencia tecnológica.
Después de estos días de brutalidad se nos abre un escenario desolador. Es una lástima que el terror triunfe sobre la razón y la orfandad se adueñe de nuestros pasos. Hoy los brazos del terrorismo golpean Europa y ponen al mundo entero en un estado de alerta, pero, ¿y los niños?, ¿nos hemos preguntado qué mundo les vamos a dejar?
Hace más de un sexenio Sergio Aguayo, Delia Sánchez del Ángel, Manuel Pérez Aguirre y Jacobo Dayán, presentaron un reporte sobre la violencia y su relación con la ejecución en masa de migrantes en San Fernando (2010) y la desaparición de más de 42 personas en manos de los Zetas, en Allende, Coahuila (2011), que titularon “En el desamparo”. La investigación, que fue un trabajo de colaboración del Colmex y la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas, ofrecía dos conclusiones: la primera, que sociedad y gobierno debían trabajar en conjunto para enfrentar la violencia y la segunda, que la justicia y la seguridad sólo podrían concretarse con la comprensión de la violencia y lo que la origina, o sea, a partir de la utilización del conocimiento y la verdad a favor de la vida.
Y aunque el reporte se quedó en el papel, rescato sus principios para comprender mejor la situación que hoy nos hunde en un nuevo desamparo:
Hamás y otras formas de extremismo islámico ocupan la intimidación, el secuestro y la muerte de civiles para quebrantar el ánimo, confundir, violentar, pero sobre todo, para eliminar el estado de Israel por el sólo hecho de que éste es un Estado judío y no creyente del Islám.
El problema es que el odio despierta más odio y a medida que escala se vuelve contagioso e irracional. Por eso no me cabe duda que la intolerancia que ha animado los recientes actos terroristas, escalará a otras latitudes e irá en busca de más y más no creyentes del Islám, además de los israelíes y sus aliados norteamericanos.
Nuestra única salida es estudiar a fondo el odio para entender los caminos. Sólo así podremos combatirlo.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.
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