Por Linda Atach
¡Oh qué maravilla!¡Cuántas criaturas bellas hay aquí!¡Cuán bella es la humanidad!
Oh mundo feliz, en el que vive gente así.
Fragmento de “La Tempestad”, Shakespeare.
¿Un mundo feliz?, no, no lo creo. De hecho pienso que vivimos en un mundo al revés, en un planeta disfuncional que, además de hacer muy poco para detener la muerte de quienes le darán continuidad -el feminicidio en el orbe ha aumentado de manera alarmante, tan sólo en México mueren 11 mujeres al día por el hecho de serlo- convierte a los malos en buenos y a los buenos en culpables y responsables de lo que les sucede. No importa que sean niños de dos años y ancianas de 83, baleados a quemarropa o puestos a arder en un horno de microondas.
Aunque muchos lo vean de otra forma, los horrores del pasado 7 de octubre deben ser entendidos como un urgente llamado de atención para la humanidad, pero más aún, como un retroceso incapaz de ofrecer una salida digna para ninguna de las partes involucradas. No me cuesta trabajo adivinar la reacción del presidente de México si una incursión de más de 2000 terroristas de una hipotética facción extremista, irrumpiera en el puesto fronterizo de Fort Hancock en Texas e invadiera el poblado de El Provenir en Chihuahua descuartizando, quemando, violando y decapitando a los más posibles, con un saldo 116,567 heridos, 19,750 muertos y 3,386 secuestrados.
Por más que lo intento, no me puedo imaginar a Andrés Manuel López Obrador cruzado de brazos mientras que los terroristas -ya convertidos en secuestradores- bombardean las ciudades más importantes del país y sus bases militares con el fin de “borrar de la faz de la tierra” a todos los mexicanos con la amenaza de hacer lo mismo con los afines Estados Unidos u occidente, a las mujeres con el cabello descubierto, a cualquier gay, lesbiana, trans o queer o a los que se atrevan a hacer uso de su derecho a la libre expresión.
¿Cuánta gente más tendrá que morir en la guerra entre Israel y Hamás? ¿Cuántas mujeres y pequeños de ambos bandos?
Los documentos y las opiniones se multiplican. También la tristeza y el desánimo de los que saben que esta guerra, cómo la mayoría, podría haberse evitado con el diálogo y la buena voluntad de ambas partes.
Se dice que la alta inteligencia israelí tenía noticia de los ataques y los creyó tan utópicos e inverosímiles que los desatendió, provocándose un dilema moral y político que tardará décadas en entenderse y sanar. Por su parte, los extremistas islámicos de grupos como Hamás y Hezbolá, siguen educando con odio, asesinando de forma despiadada y usando como escudos humanos a personas inocentes, en este caso, a la población palestina que sucumbe por una causa que ni siquiera es la suya.
Como la mayoría de los israelíes, los palestinos aspiran a una vida digna y en paz. Actos terroristas tan crueles como los del pasado 7 de octubre, deshumanizan y provocan odio y un enorme deseo de vengar y honrar a las víctimas: al final, la violencia engendra más violencia y genera ciclos imposibles de romper; por eso, habrá cada vez más muertos y un dolor ciego y creciente.
¿Podrá la humanidad aguantar este ritmo de destrucción? ¿Cuántas personas más morirán apuñaladas al clamor del Ala u Akbar? ¿Cuántos países más deberán defender, cueste lo que cueste, su derecho a existir?
En estos momentos es difícil pensar en una respuesta clara y mucho menos en una pronta solución. Una vez más, la incomprensible e insatisfecha naturaleza humana hace de las suyas, quebrantado el orden y las esperanzas que prometen un futuro mejor.
Hoy sólo queda esperar.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.
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