Por Lourdes Encinas
Los únicos actos por los que un individuo es responsable ante la sociedad es el que concierne a los demás. En la parte que sólo le concierne a sí mismo, su independencia es, por derecho, absoluta. Sobre sí mismo, sobre su propio cuerpo y mente, el individuo es soberano”.
John Stuart Mill, Sobre la Libertad (1859).
El pasado lunes fue uno de esos días que se vuelven muy difíciles de procesar al constatar, una vez más, la poca empatía que prevalece en la sociedad ante quien es diferente.
Fue penoso leer los comentarios tan ruines que surgieron ante la muerte de Ociel Baena Saucedo, magistrade electoral de Aguascalientes, y la de su pareja Dorian Daniel Nieves, en circunstancias aún bajo investigación.
Ociel fue una persona que luchó por el reconocimiento legal de su identidad y los derechos que de ello se derivan.
Su manera de vestir, de expresarse y el uso de pronombres neutros, incomodó a sectores conservadores de la sociedad y la política mexicana, que no lograron ver más allá de su forma de conducirse.
No dimensionan que su lucha no era particular, sino símbolo de las personas pertenecientes a la población LGBTQ+, que a diario se enfrentan a la misma exclusión, el mismo discurso de odio y el temor a ser víctimas de violencia por ser quienes son.
No es un temor infundado porque México sigue siendo un país con una fuerte carga machista y homofóbica, que trata con mucha dureza a quienes se salen de las estructuras convencionales.
Tampoco dimensionan que cada insulto y burla lanzados por la muerte de Ociel, contribuyen a enturbiar un ambiente social ya de por sí polarizado por cuestiones políticas.
La sociedad nunca ha sido homogénea, se integra por personas diversas en pensamiento, religión, ideología, raza, género, etc., pero todas merecedoras de respeto en tanto su forma de hacer las cosas no constituya delito ni interfiera en los derechos de los demás.
Enfrentarse a lo diferente puede ser retador porque obliga a cuestionarse aprendizajes y creencias previas, pero no es justificación para la ofensa.
Siempre será valido disentir, pero es preocupante ver que ni siquiera se realice un intento por informarse o comprender las razones de los demás, aunque no las compartamos.
Preocupa aún más que haya quienes ni ante la muerte sepan respetar o manifestar la más elemental empatía.
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