- Por Lucía Lagunes, directora de Comunicación e Información de la Mujer, A.C. (Cimac).
Cuántas veces siendo niñas nos han dicho que se vale defendernos, que no hay que dejarnos, que es nuestro derecho cuidarnos y protegernos; hago un repaso en mi memoria y he preguntado a otras amigas, a otras jóvenes y en general hay una formación, socialización de género, para ser las víctimas perfectas.
Así nos educa el sistema patriarcal, para que las mujeres seamos las víctimas perfectas, que aceptemos pasivamente la violencia que se comete en nuestra contra. Por ello, cuando rompemos el molde y nos defendemos la cargada viene en nuestra contra.
Hace años cuando hablar de violencia contra las mujeres era un tema que solo abordábamos las periodistas feministas, entrevisté a Bárbara Yllán Ronderos, entonces directora del Centro de Atención a Víctimas, hoy parte del Consejo Ciudadano de la Fiscalía General de Justicia de la Ciudad de México, eran los años 90’s. Con su tono enfático explicó que la educación de la obediencia plena que tenemos las mujeres nos hace las víctimas perfectas, porque nos arrebata la posibilidad de tomar decisiones, de tomar nuestras decisiones incluso para defendernos.
La socialización de las mujeres desde la niñez en la obediencia cuenta ya con varias fracturas, para el bien de nosotras, en medida que los derechos humanos de las mujeres avanzan, nada vuelve a ser igual, con todo y sus claroscuros, contamos con leyes para vivir libres de violencia y cada vez más mujeres levantamos la voz, en lo público como en lo privado.
Ya aprendimos, tenemos derecho a defendernos ante la violencia feminicida que se pasea campante en nuestras vidas, nuestras casas y nuestras calles, porque si no nos defendemos nos matan.
Nosotras vamos aprendiendo rápido porque está en juego nuestras vidas, la desgracia es que estas fracturas no están ocurriendo al ritmo que necesitamos en el sistema de justicia, ahí la legítima defensa es un derecho de hombres, donde la desobediencia de las víctimas mujeres se castiga con la cárcel.
Este castigo fue el que recibió Roxana Ruiz Santiago, quien al defenderse de su violador y matarlo fue sancionada con la cárcel durante nueve meses, a quien le costó dos años demostrar que actuó en legitima defensa, porque el estereotipo de la mujer obediente que aguanta la violencia se rompió y la justicia patriarcal sanciona la desobediencia de las mujeres.
Porque el término legal de Legítima defensa se creó pensando en que son los hombres los que se defienden y defienden su hogar, su familia, su propiedad, etc. y las mujeres son seres a proteger por otros no por ellas mismas, alimentando la imagen de entes desvalidos.
Así, la socialización de género ha hecho que las mujeres se encuentren desprovistas de herramientas emocionales para reaccionar de acuerdo al estándar masculino propuesto por el derecho penal tradicional, señala la recomendación sobre legítima defensa y violencia contra las mujeres del Mecanismo de Seguimiento de la Convención de Belém do Pará (MESECVI).
Las mujeres vivimos un continuum de violencia que nos predispone a responder para defendernos, donde el exceso de legítima defensa o la desproporción “puede obedecer al miedo de la mujer a que de no ser eficaz en el medio que usa para defenderse, el agresor puede recuperarse prontamente y descargar toda su ira contra la mujer”, advierte el MESECVI en su recomendación sobre el tema de 2018.
Roxana actuó para salvarse, como lo hizo Yakiri, Itzel a los 15 años y Reyna, y muchas mujeres más que han actuado en legítima defensa y han sido sancionadas por hacerlo dentro del sistema judicial patriarcal.
Un sistema que desoye a las mujeres, porque todas advirtieron de la violencia vivida por los hombres que mataron, porque el prejuicio sexista que impera en el sistema de justicia perdiste.
En un país donde de 50 millones de mujeres mayores de 15 años 70% ha vivido por lo menos un incidente de violencia, según la Encuesta Nacional sobre Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH) 2021, la obediencia del aguante de las mujeres tiene poco espacio en nuestras vidas si queremos seguir vivas.
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