Por María Antonieta Flores, Periodista de investigación y autora del libro La bestia que devora a los niños
¡Creo que no nos estamos dando cuenta de la magnitud del problema!
¿Por qué hablar del abuso sexual infantil (ASI)?
Una respuesta rápida, breve: porque aplasta, aniquila la inocencia de miles de niños, calladamente, en todos los rincones del mundo. En mi libro La bestia que devora a los niños, del sello Aguilar de PRH, trato de ponerle cara y nombre al horror.
La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), afirma que México ocupa el primer lugar en abuso sexual infantil, entre 33 países. La Guardia Nacional informa que nuestro país, está en segundo lugar como productor y distribuidor de material de abuso sexual infantil. Antes de la era digital la mayoría de los abusos sexuales contra niños niñas y adolescentes (NNA), sucedía en ese cálido espacio donde viven quienes dicen amarlos. Si, en efecto, aunque los familiares siguen siendo los principales abusadores sexuales de NNA, en una estadística que no se mueve mucho, que va entre el 70 y 90% de los casos, hoy se ha incorporado un segundo frente -tal vez más peligroso y dañino que el físico- el virtual, a donde están migrando miles de pederastas a la caza de sus pequeñas víctimas. La gran interconexión digital, gracias a las tecnologías de la información y la comunicación, sin duda estupendas herramientas que jamás habían existido, también se ha convertido en un grave riesgo para los NNA. En México 21 millones de menores entre 6 y 17 años están conectados a internet, según la Encuesta Nacional sobre Disponibilidad y Uso de Tecnologías de la Información en los Hogares, ENDUTIH. Pero algo común es que la mayoría de los padres de familia, no están supervisando lo que sus hijos, hijas, están viendo y con quién están chateando. Niños que dócilmente están siendo engañados por adultos que se hacen pasar por otro niño o niña, y como un juego, los engatusan pidiéndoles fotografías, videos de su cuerpo y ésta es sólo la punta del iceberg de un negocio millonario que está entre los tres delitos cibernéticos más perseguidos en el mundo. Los depredadores primero los engañan, luego los extorsionan y pueden conseguir que un niño acuda hasta donde le pidan. De ahí se desprenden los secuestros, las desapariciones, la trata, y todo por un enemigo que entró a casa, sin siquiera tocar la puerta. Que en el kínder de Sonora, o de un rincón de la Ribera de Chapala, maestras desalmadas hayan abusado de los más pequeños, esos que apenas saben articular una oración, no se dio por generación espontánea, no. Las retorcidas mentes como la de esas mujeres que hicieron de sus alumnos juguetes sexuales, no se esconden en pueblos como ese de San Nicolás de Ibarra, de menos de dos mil habitantes. Aparecen en escuelas de todo el país, atacando la inocencia de los menores, continuamente, hasta que alguien prende la mecha y lo denuncia. Y peor aún, lo que captaron maestras y cómplices en sus videocámaras, no se quedó ahí, anda pululando por los bajos mundos como un producto comercial más del negocio de la pederastia.
Los menores, primero, no saben defenderse, segundo, nadie les habló jamás en casa de que había que impedir que alguien tocara su cuerpo, sea el padre, la maestra, el maestro, el tío, nadie. Ese tabú de hablar de sexo, persiste y así las prácticas se perpetúan.
¿Por qué el ASI, es terrible, aterrador, espantoso? Por todo lo que se desprende después, que puede llevar al desquiciamiento total, al aislamiento social de los menores. Porque esa experiencia los marca para siempre, acompañándolos todos los días, como una segunda naturaleza.
En mi libro La bestia que devora a los Niños comparto una guía para que los padres sepan cómo detectar si su menor está siendo víctima del ASI, y de qué hacer cuando lo descubren. Qué hacer cuando tú, usuario de internet, te has dado cuenta de páginas de material de abuso sexual infantil (MASI), dónde denunciar, cómo denunciar y sobre todo, cómo apoyar a esos pequeños que cayeron en la trampa de esos depredadores.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.
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