Por Mariana Conde
Comer para los humanos no es solo una función fisiológica, es una de las experiencias más redondas de nuestro existir. No solo provee el sustento básico a nuestro cuerpo, sino una experiencia multisensorial llena de sorpresas, placer, de confort, comunión con otros, creatividad, cultura y hasta historia. Es viajar con la mente al lugar donde por primera vez probamos un platillo, tal vez a la infancia, a ese amor con el que compartimos cierta cena o incluso, una comida de despedida que nos rompió el corazón (el cual después reparamos con algún otro alimento favorito que nos trajo consuelo).
Preparar la comida, cocinar, es para muchos una forma de demostrar nuestro cariño, de convivir con la gente que nos importa; para otros una terapia ocupacional, un agasajo para nuestras neuronas y nuestra imaginación.
No hay otra actividad humana que acumule tantas aristas como el comer.