Por Mariana Conde, Presidenta de Familias Extraordinarias
Hoy día la pareja es más pareja, ¿o no? Es más, nosotros; nos casamos o juntamos, ambos tenemos trabajo remunerado, hasta “nos” embarazamos. Suena bien, quizá un poco cursi. Adorados esos hombres tan empáticos que hasta sufren náuseas y vomitan por extensión, que cuidan el embarazo compartido como una frágil pieza de cristal que sin su supervisión podría estar en riesgo.
Por otra parte, cuánto hemos oído el: qué fuertes las mujeres, qué bien sobrellevan el dolor, los hombres se quedarían en la primera preñez si les tocara a ellos; un mundo lleno de hijos únicos pues ningún miembro del sexo masculino sería tan mártir como para parir una segunda vez. Pero las mujeres sí pueden, pueden con todo. Qué fuertes.
Esas expresiones de aparente admiración a la fortaleza femenina son peligrosas. Tras ellas pueden guardarse innumerables matices, como también puede escudarse en el momento que le convenga, el hombre que elija aceptar humildemente no ser “tan fuerte”.
“Es que tú no necesitas a nadie”, me dijo alguna vez un galán y algo que para mí era un logro por el que me esforzaba, mi autosuficiencia, ahora aquel me la escupía como reclamo y despedida. Su ego herido por no cumplir con mi papel de delicada flor, me lo reviraba y se convertía en un defecto de carácter mío. Esta breve enseñanza me costó poco, algunas lágrimas de cocodrilo y el orgullo invulnerable de mis 21 años medio abollado. Pero, qué pasa cuando hay mucho más en juego, cuando sacudirse el polvo y seguir adelante no es tan sencillo como los podcasts de autoayuda nos quisieran hacer creer.
En México, según los últimos datos del INEGI, 18% de los hogares son monoparentales y en la mayoría de esos casos ⎯8 de cada 10⎯ ese monopadre es la madre. Acercando la lupa podemos enterarnos de que, en familias con un hijo con discapacidad esto se agrava, como afirman diversas fuentes, incluido el CONAPRED. Hay casos como en Perú, donde, según la psicóloga Elizabeth Raffo[1], hasta “el 70% de papás abandona a sus hijos al enterarse de que estos tienen alguna forma de discapacidad intelectual severa”.
Y, qué padre para los padres: está bonito, es perfecto, me lo quedo. Que no, que tiene alguna condición de vida diferente, retadora, costosa tanto económica como emocionalmente… voy por cigarros y hasta ahí me vieron. ¿Dónde estará el límite de tolerancia de estos padres versión yo-no-soy-tan-fuerte-como-tú? ¿En la discapacidad permanente? ¿En la enfermedad larga? O, ¿podrán en un momento dado agregar a la lista de males insufribles el que su hijo le vaya al América?
Por supuesto, padres y madres dejan a sus familias todos los días por un sin fin de distintas razones, o sin razón aparente, no es algo exclusivo de los hijos con discapacidad; pero es claro que el abandono del padre cuando hay hijos con discapacidad es más frecuente. Se juzga duramente el aborto sin darnos cuenta de que miles de hombres abortan a sus niños ya nacidos.
El problema que veo no es que quieran irse, no es este un análisis filosófico ni evolutivo del rol del macho en la sociedad o del desapego. El problema es que puedan irse, irse sin consecuencias. Vivimos en un país donde el varón que desampara mujer e hijos, desentendiendose de su manutención, es un modelo común. Quienes hacen esto, no solo ponen todo el trabajo doméstico y de crianza en manos de la madre, sino también la carga económica, una verdadera paradoja puesto que, ¿a qué hora podrá salir a trabajar dicha mujer si hay que cuidar niño, o niños, alguno de ellos con discapacidad? Además de cocinar, limpiar casa, y todos los consabidos etcéteras. Y no hay quien los detenga, quien los obligue a pagar al menos por su mitad de genes.
En México paga el buen hombre que así lo desee, y hay que darle las gracias por cumplir con la estricta parte que le corresponde, si acaso la cubre. Si no tiene un trabajo formal, como el 49% de los hombres que trabajan, no hay poder humano -ni judicial- que le cobre a la fuerza; si lo tiene, puede en muchos casos manipularlo para demostrar un ingreso inferior y así bajar la pensión que por ley correspondería a su esposa e hijos. Si es dueño de negocio, puede hacer lo que quiera: darse de baja de su propia nómina, cambiar sus bienes a nombre de sus padres o hermanos, cómplices en este caso de un delito que se denomina alzamiento de bienes, y mil artimañas más.
Somos un país de mamás luchonas a la fuerza, que el famoso cliché del hombre - o en este caso, mujer- orquesta, no alcanza ni a rozar. La sociedad se acuerda de nosotros el 10 de mayo con insufribles memes de mujeres con capa de superhéroe, frases melosas y Denisse de Kalafe. Los otros 364 días nos inundan los gifs de chanclas volando como saetas por el aire dirigidas a la cabeza de nuestros retoños con la precisión de un proyectil ruso. Me encantaría saber qué gif le correspondería a un papá criando solo a 2 chamacos neurotípicos, más uno con discapacidad, además de tener la casa impecable y un empleo digno. Creo que es un pendiente para los trolls de internet.
Pierdo cuenta del número de hermanas de camino con historias similares tras el nacimiento de su hijo con una alteración genética, o parálisis cerebral o alguna otra condición aún pendiente de diagnóstico. Con riesgo de sonar melodramática, me atrevo a asegurar que es una tragedia, y tristemente, una nada especial. Abundan casos como el de Maricruz, joven sorda, cuya pareja puso pies en polvorosa a las dos semanas de nacido su niño con síndrome de Down. O el de doña Martha, que después de 18 años de matrimonio y dos hijos, tuvo de pilón sorpresa a una linda nena con columna bífida, situación que su frágil esposo no pudo tolerar y mejor se hizo a un lado, abandonando a todos, incluyendo a los dos hijos adolescentes que lo idolatraban; eso sí, sin olvidar su cartera sobre la mesa del comedor.
Más allá de lo económico, está el problema socio-emocional de todos estos hijos que crecen sin el apoyo de un padre, con una madre crónicamente agotada y con un concepto en ciernes del rol del hombre en el entorno familiar, aprendiendo que lo natural es que los hijos son de la mujer y el hombre no está sujeto a responsabilidades ni ataduras.
Para las jóvenes solteras o en unión libre, se vuelve un volado. Brutas, decimos, tontas esas que se dejan llevar por la calentura y salen con un “domingo siete” solo para afrontar embarazo, escarnio social y una maternidad solitaria mientras el semental sigue por ahí libre de continuar dispersando su semilla. ¿Qué hay de él, que incurre en lo que constituye una conducta criminal, la de abandono de persona, al evadir sus responsabilidades paternas?
Sirve de poco consuelo a las madres solas, paupérrimas y rebasadas el pensar que algún día el individuo se va a arrepentir. Lo peor es que, en múltiples casos, se “arrepiente” cuando está viejo y enfermo o en la ruina y necesita que alguno de esos hijos a los que dio la espalda ahora se hagan cargo de él, como él no hizo con ellos.
¿A dónde van los que se van? Estos que, como aquel Wakefield del cuento homónimo de Nathaniel Hawthorne, muchas veces no se van a ninguna parte y siguen cerca viendo el sufrimiento de la pareja dejada; tal vez hasta enamorando a una conocida de ella. Si al menos tuviesen un buen pretexto como la muerte, o el irse muy lejos, cruzar al gabacho para procurar una mejor vida para quienes se quedaron atrás.
Se van porque pueden, porque irse es más fácil que quedarse, porque nuestra sociedad los solapa y aunque seguramente para muchos no es una decisión sencilla, lo es más que quedarse a enfrentar la labor ardua y diaria de criar jóvenes humanos. Porque el tiempo y la distancia parece que de veras todo lo cura, hasta la paternidad. Ojos que no ven, corazón que no siente.
¿A dónde van los desaparecidos? preguntan Los Fabulosos Cadillacs; ojalá tuvieran una respuesta para los hijos de todos esos que desaparecieron de su familia.
[1] En entrevista publicada en Andina, en 2019.
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