Por Mariana Conde
El fin de semana pasado quería escribir sobre la autonomía de la mujer y cómo sin equidad económica no hay verdadera igualdad. Y aunque no creo en la casualidad, en el transcurso de esos días me llegaron dos textos de mujeres completamente distintas e inconexas, con trayectorias muy diferentes pero que, cada uno por su camino propio, me regresan a la misma premisa.
Primero, el excelente texto de Consuelo Sáizar de la Fuente en este mismo medio en la víspera del natalicio de Juana, en el que nos dice: “Sor Juana rechazó contraer matrimonio para ser libre de marido, de hijos, de labores del hogar, para dedicarse a leer. Y con su ejemplo, mostró para el campo de la lectura y de las bibliotecas lo que Virginia Woolf afirmaría siglos después sobre la escritura: para tener una biblioteca personal, una mujer debe tener mucho dinero y una gran habitación propia.”
El otro, los inicios literarios de mi amiga Bertha que reflexiona sobre la precaria situación en la que quedan las mujeres que deciden dejar independencia y carrera para atender marido e hijos: “Pospones. Desistes. Esperas. ¿Qué esperas? Nadie te regresa el poder que tú misma entregaste sin querer, perdida en acuerdos jamás pronunciados pero implícitos en tu rol de esposa y madre. Tienes cincuenta años y miras atrás. Te das cuenta que te hiciste adulta para volver a ser niña al ceder tu autonomía, tu voluntad, tu libertad, como tantas otras niñas de cincuenta.”
Dos ángulos opuestos con siglos de distancia entre sí que nos traen al mismo problema, uno que, ante todos los avances de la humanidad, a estas fechas sigue irresoluto.
Ojalá estés leyendo tú, chava que está pensando qué estudiar. O tú, joven profesionista en el primer trabajo de su carrera. Tú, mamá de niñas…
No hay dignidad ni autonomía verdadera sin autosuficiencia. Y ésta nos la tenemos que forjar las mujeres. Ya pasó el tiempo de la carrera MMC (mientras me caso), la época en la que él se hace cargo del dinero y tú de la casa. En esto la casa siempre pierde.
Estoy completamente a favor de que cada mujer pueda decidir dedicarse al hogar y a sus hijos, o no. Es una gran oportunidad e incluso un privilegio si eso es lo que quiere y trae su gran dosis de beneficios para los hijos y el núcleo familiar. Sea como sea, es indispensable conversar los términos de ese arreglo con la pareja y que queden claras no solo las responsabilidades de cada uno, sino el reconocimiento de lo que cada quien aporta y que, así como se dividen las tareas, se acuerde abiertamente la división de los recursos. La certeza de la cuenta mancomunada y la fe ciega en que el marido responderá justamente pase lo que pase son peligrosas.
Por increíble que parezca, muchas mujeres con las que he platicado no saben cuánto gana su esposo, o el nip de la tarjeta de débito o dónde pagar la cuenta del agua. Puede parecer cómodo que él se haga cargo de las cuentas, nosotras estamos demasiado ocupadas con las cosas de la casa, de la familia, pero las cuentas SON cosas de la casa y familia.Hay que entrarle al tema, enterarnos, participar en la gestión del ingreso familiar. Cuánto entra, cuánto sale y cuáles son las prioridades de gasto son temas que atañen a ambos miembros de la pareja y no podemos renunciar a esa responsabilidad. ¿Pantalla plana nueva o terapia de lenguaje para el niño?
Cuando llega a haber una separación, quien controla el dinero tiene el sartén por el mango. La letra de la ley empieza a reconocer la labor no remunerada y lo que aportan ambas partes a la familia. En varios estados sus códigos ya marcan que en caso de divorcio el cónyuge que se haya dedicado principalmente al hogar y crianza de los hijos, recibirá una indemnización económica de “hasta” el 50% de los bienes adquiridos durante el matrimonio. Se espera una homologación nacional para abril del 2027. Sin embargo, en la práctica estamos aún muy lejos y hay mil formas de forzar a la mujer a aceptar migajas de lo que le corresponde: alargar el juicio por años, tiempo en el cual no hay una pensión definida, alzamiento de bienes, cuentas secretas aquí o en el extranjero, declararse insolvente y seguramente otras más.
Así que, no todo es rosa en el cuento que oímos desde que somos niñas. El amor es maravilloso pero solamente es en verdad recíproco cuando hay un balance de poderes y parte de este poder viene de la certeza económica de cada una de las partes. No se trata del dinero como riqueza, sino como el medio para emparejar el piso, para una negociación entre iguales, para no perder por forfeit.
No siempre se puede. A veces los cambios te agarran desprevenida y tu seguridad se descarrila. Entonces cae el espejismo.
Me decía alguien hace tiempo, es que suena tan mezquino hablar de dinero, nuestro amor no se basa en eso. A mí me tiene muy bien Fulanito y confiamos el uno en el otro. Confió tanto en él que cuando este decidió dejarla por otra mujer, la sacó hasta de la casa donde vivía. Hoy ella, que por suerte ha podido retomar su carrera, si bien con el ingreso mediocre con que el mercado castiga a quien dejó de trabajar los años que creció a sus hijos, se puede pagar una vida cómoda y sencilla. Pero es Fulanito quien decide a qué escuela van lo niños, si es tiempo o no de comprar zapatos y a dónde llevarlos de vacaciones; con él, por supuesto, a ella no le alcanza. Los hijos adoran a la madre pero son niños, jóvenes, con necesidades y anhelos y tienen que escoger entre los glamorosos viajes con papá o respetar el turno de vacacionar con mamá visitando las atracciones locales por décima vez. Es una guerra sucia donde se trafica el cariño, comprado con todo lo que el papá puede regalarles para atraerlos a su trinchera.
No quiero pintar al hombre como villano y a la mujer como dulce víctima. Hay muchísimos hombres derechos, ejemplares, como también hay bastantes cabronas. No es un tema de ellos los malos y ellas las buenas, sólo que en nuestra cultura latina y en el mundo en general es, y lo seguirá siendo, mientras la ciencia no consiga embarazar a un hombre mucho más común que sea la mujer quien deje su trabajo, si algún día lo tuvo, para encargarse de casa e hijos con la subsecuente desventaja financiera. Ni qué decir de cuando hay un familiar enfermo o ancianos que cuidar, el trabajo aumenta y la paga sigue igual, nula.
Parte medular del problema es que el trabajo doméstico no está contabilizado ni remunerado. Es frecuente oír el odioso: Ah, es que ella no trabaja, es ama de casa, como si ese no fuera uno de los trabajos más duros y sin duda, el menos reconocido del mundo.
La reciente nombrada premio nobel de Economía, Claudia Goldin, ganó este reconocimiento pues logró esclarecer de una vez por todas la contribución de la labor femenina. Más que contabilizar el trabajo doméstico, ella rompió con sus investigaciones falacias sobre la participación de la mujer en el mercado laboral en EEUU, la cual no crece a la par del desarrollo de país, sino que está sujeta también a otras fuerzas como las convenciones y prejuicios sociales de cada momento histórico, el ejemplo de sus propias madres y la imposibilidad de dedicar todo su tiempo a sus empleos cuando tienen también que cuidar de los hijos y hogar. Este último punto contribuye además a la brecha salarial y el acceso a puestos más altos, temas dolorosamente vigentes hoy. Así, una mujer puede trabajar el doble y ganar menos que su contraparte masculina. El Fondo Monetario Internacional no cree que esto pueda cambiar a menos que los sectores público y privado asuman de una vez por todas al menos parte del costo del trabajo de cuidados de menores y otros dependientes.
De vuelta en el reino de la Cuarta Transformación, esto lo vemos lejos, lejísimos, por muchas migajas en forma de tarjetas rosas que se repartan.
Mientras tanto, te tienes tú, a ti misma y todito tu hermoso yo. Lo cual es mucho, solo hay que saber administrarlo.
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