Por Nombre
Otra vez es marzo. Las calles de la ciudad de México se pintan de lila. Las jacarandas se preparan para recibir la marcha feminista. Estamos vivas. Salimos a tomar las calles, para tomar la palabra. Las demandas son diversas. Cada una de nosotras lo hace a su propio ritmo y todas caminamos para no morir. Nombramos a las que ya no están. Gritamos al aire sus nombres para no olvidar. Once mujeres asesinadas todos los días, porque son mujeres; porque no cumplieron con lo que se esperaba de ellas, de acuerdo a los roles, mandatos, estereotipos y prejuicios de género patriarcales en: la casa, la pareja, la familia, el trabajo, la calle. O, precisamente porque once hombres, decidieron que si no estaban con ellos, no estarían con nadie, porque sentían rabia y una vez más las cosas no eran como lo esperaban y, por qué no, golpearlas hasta el último respiro. Tal vez, porque fueron usadas como objetos sexuales y después desechadas, porque las golpearon y se les pasó la mano. O simplemente porque pueden y para la gran mayoría de los casos, no habrá consecuencia alguna. La vida continuará como si nada.
Los feminicidios son crímenes de odio hacia las mujeres. Son posibles, gracias a la impunidad social y del Estado. Porque: siempre ha sido así y qué más da, o, señora regrese a su casa y haga las cosas bien, ya no lo provoque, no hay suficientes pruebas para clasificar el delito como intento de feminicidio, o porque son tantos los expedientes y tan precarias las condiciones de trabajo de las y los ministerios públicos que no se dan abasto. Pretextos hay muchos. Lo cierto, es que la violencia hacia las mujeres fue clasificada por la ONU como una pandemia, que requiere atención urgente y comprometida de todos los sectores.