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Por Martha Herrera
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Hace más de seis décadas, en la Asamblea General de las Naciones Unidas, Gabriela Mistral expresaba su anhelo de que el esfuerzo por alcanzar la universalización de los derechos humanos fuera adoptado con lealtad por todas las naciones. 

Este diciembre, en que se conmemora el 75 aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, la Cumbre Internacional para el Desarrollo y los Derechos Humanos en Nuevo León, surge como un espacio transversal dedicado a la agenda de género a través del llamado a la acción y la construcción colectiva hacia un desarrollo centrado en las personas desde la perspectiva de los derechos humanos, especialmente aquellos relacionados con las mujeres, infancias y jóvenes.

Mediante la experiencia compartida de más de 35 distinguidas conferencistas locales, nacionales e internacionales de primer nivel, se abordaron con maestría y pasión 10 temáticas diversas con enfoque interseccional de género e inclusión, donde las voces de activistas como Marcelina Bautista, Olimpia Coral Melo, Saskia Niño de Rivera y el mensaje de clausura de Malala Yousafzai, resonaron con valentía y fuerza, instando  a todos los gobiernos, comunidades, organizaciones de la sociedad civil, universidades y empresas a que fortalezcamos de manera conjunta los ecosistemas de cambio en el futuro del desarrollo por la autonomía de las mujeres. 

En ese sentido, de las muchas conclusiones y propuestas expuestas en la Cumbre que fortalecen nuestra agenda de futuro para una recuperación sostenible con igualdad de género, les comparto tres valiosas lecciones que me parecen importantes: 

Primero decir que, el vínculo es ineludible entre la división sexual del trabajo y las bases que sustentan el modelo que produce y profundiza la desigualdad de género. Los estudios feministas de esta Cumbre han propuesto enfoques sistémicos que permiten comprender que lo que sucede en el mercado, las comunidades, los hogares y el ambiente está indisociablemente ligado, y que, por ende, esas esferas deben analizarse de forma interrelacional. 

Segundo, si bien, la injusta división sexual del trabajo obstaculiza la autonomía de las mujeres y reproduce las desigualdades de género, intersectadas con otras dimensiones de la desigualdad social, como la socioeconómica, étnica, racial y territorial; la noción de sociedad del cuidado propone un cambio de paradigma en ese sentido, en la que se pone la vida en el centro de las políticas orientadas al fortalecimiento de la protección social, bajo un enfoque que conjuga los temas estructurales para un desarrollo sostenible, transformador y con igualdad, ante el reconocimiento del cuidado como un derecho humano de todas las personas.

Y tercero, el papel del Estado es decisivo para transformar la injusta división sexual del trabajo, en la medida en que promueva la igualdad entre los géneros, la autonomía de las mujeres y la corresponsabilidad de los cuidados como un nuevo paradigma de la sostenibilidad de la vida que se alza como núcleo de la economía, a través de la cooperación, la complementariedad, la solidaridad y la justicia, de manera que, se fortalezca la visión de carácter jurídico y, por tanto, exigible, de los derechos humanos de las mujeres. 

Por ello, una Cumbre como esta, marca un hito significativo como una hoja de ruta para el cambio efectivo, a través de los aprendizajes extraídos, que nos instan a trascender las fronteras tradicionales y a abrazar una perspectiva sistémica de derechos que reconozca la interconexión de los desafíos que enfrentamos en la agenda transversal de género.

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@MarthaHerreraNL

Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.


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