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Por Nitza Masri

"Yo no soy 'hija de', soy Nitza." Esta frase se convirtió en mi mantra a lo largo de mi viaje como empresaria en el sector gastronómico. Ser una mujer joven y emprendedora trae consigo una serie de desafíos únicos, especialmente en un mundo donde las conexiones y los apellidos parecen abrir puertas más fácilmente que el talento y la pasión.

Fundar una panadería junto con mi mamá ha sido una experiencia enriquecedora y un orgullo inmenso para mí, empujarla a hacer un negocio que para ambas era desconocido ha sido un reto laboral y familiar. Creo que lo más difícil ha sido en términos de establecer roles y tomar decisiones sin que las emociones interfieran. Cada una tiene un ritmo y algo distinto que aportar al negocio, mi mamá sus recetas y su pasión por la cocina y yo mis ganas de emprender y operar este negocio. Sin embargo, a pesar de la gran oportunidad que ha representado contar con su apoyo y colaboración, mi objetivo ha sido siempre forjar mi propio camino, demostrar que mi éxito no depende de un legado familiar, sino de mi propio esfuerzo y dedicación.

La gastronomía, y particularmente la panadería, es un sector tradicionalmente dominado por hombres, lo cual no hizo el camino sencillo (ni para ella, ni para mi). Desde el inicio, me encontré con la necesidad de superar estereotipos de género y de demostrar constantemente mi capacidad y conocimiento. Muchas veces se nos percibe como menos capaces en roles que históricamente han sido masculinos, y en mi caso, demostrar que una mujer puede liderar una panadería exitosa, que además utiliza técnicas complejas como la masa madre, fue un reto constante.

Mujeres al frente del debate, abriendo caminos hacia un diálogo más inclusivo y equitativo. Aquí, la diversidad de pensamiento y la representación equitativa en los distintos sectores, no son meros ideales; son el corazón de nuestra comunidad.