Por Pamela Rosendo Cerdeira
Hace aproximadamente una semana me encontraba sentada en el salón, eran aprox las 9 de la mañana y estaba en clase de filosofía. Esa clase la habíamos dedicado a hablar del libro El segundo sexo, de Simone de Beauvoir. La plática iba normal, no hablábamos de nada más que puntos del libro que nos parecían interesantes y que fueran importantes de mencionar para que la maestra sepa que si leímos el libro. Poco a poco la plática se fue desviando del libro y empezamos a hablar sobre nuestras experiencias. Algo que se me quedó clavado fue que comenzamos a mencionar todas aquellas cosas que tenemos o teníamos estúpidamente normalizadas, cosas que por más ofensivas, machistas o degradantes que fueran, las teníamos completamente normalizadas en nuestro sistema o inclusive deberíamos de tomarlo como un cumplido.
Se empezó a hablar de tanto, que un parpadeo de ojos me volví a ver a los 13 años, recién entrando a la secundaria en una escuela nueva, pero con los mismos amigos de siempre, o más bien eso creía que eran, “amigos” que me gritaron “puta barata” por llevar una ombliguera un día de ropa sin uniforme a la escuela. “Amigos” que decían “se le ve la vagina” por usar leggins, y lo peor de eso, es que por más mal que me hiciera sentir, las agresiones eran algo “normal”, o mínimo de eso me intentaba convencer.
En esa misma conversación de filosofía se volvió a mencionar un recuerdo compartido con todas las mujeres que estábamos sentadas ese día en Área IV, esa arma mortal llamada “ask” o para nuestra generación Tellonym. Estas eran plataformas que permitían a las personas hacerte preguntas anónimas, solíamos subir a nuestras historias de instagram que nos hicieran preguntas en nuestros perfiles de Tellonym para luego contestarlas en Instagram y que todxs vieran. En nuestras mentes románticas e inocentes esperábamos leer comentarios como: “eres muy guapa”, “eres muy bonita”, “me gustas”, pero en vez solíamos leer mensajes como: “estás gordibuena”, “eres una puta mal cogida”, “¿ya cogiste?”, entre otros, tan solo teniendo aproximadamente 14 años, pero claro, como era lo que le ponían a todas, simplemente tachabas el comentario, contestabas los demás que seguro te habían puesto tus amigas y te quedabas con los brazos cruzados pensando en ello por el siguiente mes.
Por mucho tiempo yo seguí dejando esos comentarios pasar, hasta marzo del 2020. Ese año fue una locura. Yo tenía 15 años y fue la primera vez que la marcha del 8 de marzo, el mes de la mujer, el paro nacional e inclusive la palabra “Feminista” tomaron un lugar en mi historia y en la de muchas otras. Durante todo ese mes en la escuela las maestras nos empaparon de información acerca del movimiento y poco a poco las voces se alzaban. Niñas y maestras tomaban el valor para hablar de sus experiencias y con el tiempo nos volvimos un equipo. Mujeres que hemos aprendido que por más bien o mal que nos caiga la otra, siempre vamos a estar para defendernos y cuidarnos entre nosotras. Por que bien dicen “los hombres debemos proteger a las mujeres”, pero poco se dan cuenta que de los mismos hombres es de quien nos tienen que proteger.
El 8 de marzo yo marcho por mí, por mi mamá, por mi abuela, por mi hermana, por mi novia, por mis amigas, por mis maestras, por las que ya no están y por toda mujer que haya sido víctima aunque sea de lo más mínimo.
Quiero verme en un futuro como una mujer más que ya no tenga miedo de estar sola por la calle o acompañada en México y si no lo logro, mínimo espero verme como una mujer que aunque sea con un grano de arena, logró un cambio.
*Pamela Rosendo Cerdeira tiene 19 años de edad y es estudiante.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.
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