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Por Paola Palazón
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Cada proceso electoral las y los venezolanos nos emocionamos. Es imposible no hacerlo. Pensar en todo lo que como país hemos vivido en los últimos años y que se abra una ventanita de luz, siempre será motivo para tener fe y creer. Ayer no fue diferente.

Cómo no tener esperanza en que las cosas deben cambiar, sólo de pensar en las miles de personas que en los últimos años salieron de Venezuela caminando, en busca de una vida mejor. De recordar, en su parada por Ciudad de México, sus historias, lo que habían tenido que padecer para salir del país y llegar hasta acá, los abusos, las necesidades o la falta de zapatos “porque se gastan con la caminata”. Pensar en ese espíritu inquebrantable, dispuestas y dispuestos a seguir por un futuro mejor. ¿Cómo no tener fe ante eso? ¿Cómo no desear que ninguna persona más tenga que dejar su país en esas condiciones, en busca de una vida digna?

Y esta es sólo una parte de la historia, porque a lo largo de estos años también hay familias rotas, muertes, presos políticos, inseguridad, escasez de alimentos, falta de condiciones sanitarias, falta de servicios básicos y, en especial, miedo. 

Aquí ya no se trata de conservadores o de izquierda, de esa visión reduccionista, esa práctica facilista de limitar todo a blanco o negro, sin puntos medios, sin grises. Esta discusión es mucho más profunda y compleja. Los adjetivos calificativos con los que nos han encasillado de lado y lado no existen. 

Esto tampoco se trata de un hombre o de una mujer, o de un grupo reducido que representa un color o unos intereses. Esto se trata de un pueblo entero y de algo más grande que unas cuantas ideas, se trata de dignidad. 

La gente que cansada creyó en el chavismo, hoy nuevamente está cansada. Nadie atraviesa países enteros a pie, con infancias al hombro, pasando hambre, poniendo en riesgo su integridad por ser “conservadores” o por “apoyadores del imperio”. 

Tampoco hay que limitarnos a pensar que todo está perdido tras los acontecimientos de ayer. Que ya no hay esperanza. Que ya no hay más nada que hacer. 

Que ellos se iban a declarar ganadores, así es. Lo sabíamos. Lo que pasó ayer en Venezuela era predecible. Siempre fue una posibilidad, que además ya estaba cantada. La cúpula chavista en el poder no se va a ir tan fácil. 

No es de asombrar lo que vimos el domingo. Quien leyó los resultados que proclamaron a Nicolás Maduro para un tercer mandato (sí, tercero) y cumplir 18 años en el poder, fue parte del Congreso venezolano apoyado por el partido en el poder, también ha sido allegado y militante del chavismo. Fue Contralor General de la República inhabilitando políticamente a los adversarios al gobierno. De allí, llegó a esa lectura de resultados que el mundo vio ayer, siendo la cabeza del órgano electoral que debe velar por la imparcialidad de los resultados. 

Pero eso no es lo único que hay que ver. Nicolás Maduro votó solo, a las 6 de la mañana. Votó sin el “baño de pueblo” acompañándolo. No hubo una gran celebración en una fecha muy significativa para un movimiento que ha basado su narrativa en un simbolismo puro y duro: ayer 28 de julio, Hugo Chávez cumpliría 70 años. La fiesta fue modesta, el  regalo de cumpleaños al Comandante Supremo también. Las palabras de Maduro prometiendo que ahora sí el país se encaminaría hacía el progreso con sus nuevas reformas, que ahora sí se iba a construir el diálogo y la reconciliación nacional, venían acompañadas de unos cuantos aplausos de fondo. Ese sonido llevó un mensaje muy grande. 

Este es el comienzo del fin. Y sin duda no será sencillo, porque ellos tienen las armas. No sólo las de las Fuerzas Armadas que durante años han sido complices de la violación a los derechos humanos, la anulación de los derechos sociales y la destrucción de las instituciones. También tienen las de los colectivos, ese grupo de simpatizantes políticos al que Chávez preparó para que fuera su ejército personal, lo que hoy Maduro llama “la furia bolivariana”. Su principal recurso para sembrar terror, amenazar y chantajear con “baños de sangre” y “guerra civil”.

Hoy las razones que llevaron a Hugo Chávez al poder, el hartazgo de un país profundamente desigual, son las mismas que están llevando a su movimiento a perder el poder que tenía. El negar ese poder y el negar esas razones que en 1998 le dieron el primero de muchos de sus triunfos electorales, también es tener una visión reducida y no entender por qué durante más de 25 años las estrategias de la oposición venezolana no tuvieron resultados favorables. Se trata de la desconexión de la realidad, una realidad que no se podía tapar con aperturas petroleras, con programas sociales o presidentes puestos a dedo con la excusa de “es lo mejor para pacificar al país”. Una realidad tan insostenible como lo es hoy, tal vez con la diferencia de que hoy esa desigualdad es mayor y la crisis económica y social es mucho más severa y profunda. 

Y sí, ellos siguen teniendo las armas, pero ya no tienen pueblo. 

*Paola Palazón Seguel es originaria de Venezuela y comunicadora social especializada en gestión y  desarrollo de negocio, emprendedora, consultora, autora, conferencista y docente. 

IG: paola.palazon

LinkedIn: /paolapalazon

Nota: Al momento de cierre de esta columna, la situación en Venezuela sigue estando movida y hay mucha información nueva compartiéndose en redes y medios de comunicación. 
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@paola_palazon

Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.


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