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Por Patricia Vega, Premio Nacional de Periodismo 2010.
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Si bien Cristina Rivera Garza ya había obtenido diversas becas y reconocimientos como joven creadora, fue con su segunda novela, Nadie me verá llorar (Tusquets, 1999), que la autora tamaulipeca irrumpió en la literatura mexicana e internacional con la fuerza de un huracán incontenible. Desde ahora adelanto que a partir de ahí, Rivera Garza no ha dejado de sorprendernos con cada uno de sus nuevos libros ya sea que se trate de novelas, cuentos, poemas, ensayos e investigaciones históricas y literarias.

Su afán por experimentar y diseccionar el lenguaje hasta llevarlo a sus límites expresivos han permitido que Cristina se apropie de las palabras para extraer de ellas su esencia –“chillen, putas”, como propuso Octavio Paz en uno de sus poemas.

Antes de que la fama, el prestigio y el reconocimiento –Carlos Fuentes incluído-- tocaran a la puerta de Cristina Rivera Garza,  fue la historiadora Gabriela Cano quien me dijo: “tienes que leer Nadie me verá llorar, es una reelaboración magnífica de muchos temas” y a partir de la admiración surgió una amistad que hemos cultivado a lo largo de los años.

Al año siguiente nos enteramos de que la protagonista de la multipremiada novela, Matilde Burgos, llegó a la ficción literaria a partir de la disertación con la que Cristina obtuvo, después de estudiar sociología en México, un doctorado en Historia por la Universidad de Houston. Dicha investigación, también publicada por Tusquets, lleva por título La Castañeda. Narrativas dolientes desde el Manicomio General. México, 1910-1930.

Desde entonces, Rivera no ha abandonado los cruces migratorios tanto en la realidad como en la ficción o creación literaria de altos vuelos. Cristina no solo transita de manera impresionante de una frontera a otra sino que las expande y dinamita los territorios de los géneros consagrados por un canon patriarcal, para decirlo en pocas palabras.

Cristina Rivera Garza se ha propuesto llevar sus inquietudes vitales y literarias a la conversación pública. De ahí que respondiera al reto que le lanzaron sus alumnos –Cristina es una espléndida maestra de escritura creativa— con la escritura cotidiana en el blog No hay tal lugar. O que escribiera al alimón  –con la colaboración del poeta Juan Carlos Bautista, entre otros autores—la columna La mano oblicua que se publicó en Milenio. O que utilizara los tuits como vehículo para conversar y crear literatura.

En suma, Rivera Garza ha hecho de la apropiación, uno de los tantos vehículos para transitar en en territorios desconocidos, inexplorados, extraños, que se funden en una escritura difícil de clasificar pero que tiene una resonancia colectiva. Me detengo en su libro más reciente, El invencible verano de Liliana, en el que aborda, con carácter testimonial, el feminicidio de su hermana menor y transforma el dolor inconmensurable en una denuncia que al mismo tiempo que es lacerante empodera a las mujeres para romper el silencio. Entendemos así cómo en cada uno de sus libros Cristina fue explorando la manera de hurgar en un hecho que siempre ha tenido a flor de piel. Despeja la incógnita de la dedicatoria que aparece en todos sus libros: a lrg. Y al recorrer las páginas del libro también pienso en la amorosa ofrenda para los padres de Liliana y para Matías, el sobrino que puede conocer quién fue su tía.

Con estas líneas celebro hoy el ingreso formal de Cristina Rivera Garza a El Colegio Nacional y estoy segura de que pronto iremos a dar la vuelta en un “mueble” desde el que gritaremos hasta desgañitarnos ¡Justicia para Liliana!

Gracias Cristina por tanto, tanto y tanto que nos has dado a través de tu escritura.

✍🏻
@Patricia__Vega

Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.


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