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Por Patricia González Garza

La polarización es una de las realidades más aberrantes de la política internacional contemporánea. No es poco común que las y los gobernantes populistas amplifiquen discursos radicales que no sólo impactan dinámicas políticas, sino que se extienden a la sociedad civil. Esto ha resultado en una profunda división basada en ideologías e identidades dictadas por quien establece la agenda política, facilitando la movilización de las bases simpatizantes a conveniencia de las y los líderes políticos. Lo sucedido el 8 de enero en la capital brasileña es un ejemplo perfecto de los efectos del populismo: miles de simpatizantes del expresidente Jair Bolsonaro irrumpieron el Congreso de Brasil, el Supremo Tribunal Federal y el palacio presidencial alegando fraude electoral e ilegitimidad del gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva.

Las y los bolsonaristas se han manifestado desde la derrota de su ídolo ante Lula el 30 de octubre de 2022: algunas personas establecieron campamentos en diversas ciudades de Brasil, negándose a aceptar los resultados de la carrera electoral. Las personas manifestantes exigían la intervención militar para derrocar el régimen de Lula, quien fue inaugurado el 1 de enero, y restaurar al expresidente en el poder. Millones de brasileños están convencidos de que la elección fue fraudulenta, a pesar de que auditorías al sistema electoral confirmaron lo contrario. Estos argumentos sobre la ilegitimidad de las elecciones tienen sus raíces en discursos de Bolsonaro: el expresidente aseguraba que el sistema electoral debía ser reformado y cuestionó públicamente la confiabilidad de las máquinas de votación electrónica del país, sumándole también que se negó a reconocer su derrota.

El imaginario colectivo de una elección arreglada en Brasil es el producto de años de teorías de conspiración y declaraciones falsas esparcidas y amplificadas por Jair Bolsonaro y sus aliados. La base política del expresidente se movilizó rápidamente: si bien las expresiones de descontento surgieron desde la carrera electoral, la organización de los disturbios sucedió de manera rápida. De acuerdo con el New York Times, bolsonaristas planearon el ataque al capitolio tras la inauguración presidencial el 1 de enero, y resultó en destrozos en los edificios de gobierno, aproximadamente 1200 personas arrestadas, y al menos 12 ataques a periodistas que cubrían el suceso.

Populismo bolsonarista

En las ciencias políticas, el populismo se refiere a aquellas posturas políticas dualistas que buscan recalcar la diferencia entre “el pueblo” y “la élite”. En pocas palabras, el populismo es “otredad” en su máxima expresión: “los otros” deben ser derrocados y debemos seguir a un líder que se interese por “nosotros”. En tiempos contemporáneos, una ola de políticos ha conseguido llegar y mantenerse en el poder a través de estrategias populistas, amplificando discursos radicales y logrando apelar al resentimiento popular para obtener apoyo político sin importar su posición en el espectro político – tanto la izquierda como la derecha puede ser populista.

En el caso del expresidente brasileño, su agenda y trayectoria fue marcada por el populismo de extrema derecha. Definitivamente, la política de Bolsonaro se caracteriza por ser sumamente controversial. Desde el inicio de su carrera política, Bolsonaro ha sido un ícono del conservadurismo nacional y un promotor del discurso de odio de la extrema derecha. Las víctimas de sus discursos de odio e intolerancia incluyen mujeres, personas afrodescendientes, miembros de la comunidad LGBTQ+ y personas en situación de migración. Además de declaraciones inflamatorias recurrentes, durante su mandato Bolsonaro se opuso vocalmente a políticas de protección al medio ambiente y negó la existencia del COVID-19, alimentando teorías de conspiración impulsadas por la extrema derecha.

Con lo sucedido el 8 de enero, la comunidad internacional no ha podido evitar comparar los hechos en Brasil con el ataque al capitolio de Estados Unidos del 6 de enero del 2021: en ambos casos surgió una insurrección de manifestantes que tomaron edificios gubernamentales representativos de la democracia tras la derrota electoral del líder populista de derecha (en Estados Unidos, Donald Trump, y Bolsonaro en Brasil). Asimismo, es interesante entender la importancia del papel de las tecnologías de la información en ambos ataques, con miles de personas organizándose en cuestión de días a través de plataformas como Telegram, WhatsApp y Twitter y logrando una movilización efectiva para expresar su simpatía hacia su líder – y su inconformidad en contra de “la élite”.

Y ahora, ¿qué?

La política de Bolsonaro era ampliamente interpretada como una amenaza a la democracia brasileña. Con los recientes ataques llevados a cabo por sus seguidores, será difícil que el mundo deje de asociarlo con la extrema derecha y la tiranía. Si bien Bolsonaro se encontraba en Florida en el momento de la insurrección e incluso se pronunció en contra a través de su cuenta de Twitter, su responsabilidad en el ataque – aunque indirecta – es evidente y lamentable. La respuesta por parte del presidente Lula y otros oficiales gubernamentales brasileños ha sido clara y firme, y no se permitirá que algo así suceda otra vez. Sin embargo, es importante resaltar la difícil tarea que tiene el gobierno de Lula: reparar una nación profundamente dividida y polarizada.


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