Por Raquel López-Portillo Maltos
En política, frecuentemente, la forma es fondo. Estas palabras atribuidas a Jesús Reyes Heroles no han perdido vigencia, pues cada guiño y cada omisión tienen un peso importante, tanto en la arena nacional como internacional. El Desfile Cívico Militar de este año no es la excepción; los invitados, los ausentes, las declaraciones y los silencios ensordecedores plantearon un fondo preocupante que entrecruza la afición autoritaria, el desdén democrático y el enaltecimiento militar.
Sin duda el hecho que causó más revuelo fue que, entre los participantes del desfile, destacaron los contingentes de países como Rusia, Cuba, Nicaragua, Venezuela y El Salvador. De acuerdo a la Secretaría de Defensa Nacional, las delegaciones “enaltecieron” la ceremonia reafirmando la hermandad que une a México con naciones de América, Europa y Asia. Quizás lo que no acaba de quedar claro para algunos es que el problema no se trata de la invitación a delegaciones extranjeras, lo cual puede interpretarse como un gesto diplomático y que se ha hecho desde administraciones pasadas. El verdadero problema recae en la coyuntura en la que se realizaron dichas invitaciones y cómo se ha utilizado este evento para celebrar y dar voz a regímenes dictatoriales.
Si bien el ejército ruso había desfilado con anterioridad, resulta implausible cómo su asistencia puede tener cabida en un momento en el que su líder cuenta con acusaciones penales por cometer crímenes de guerra al invadir a un Estado soberano. Como bien señaló la embajadora de Ucrania en México, Oksana Dramarétska, este gesto subraya la falta de coherencia en la política exterior mexicana de este sexenio y, además, socava la credibilidad del país en la defensa de los derechos humanos y la democracia.
En el caso de El Salvador, mientras una representación de sus efectivos se encontraban en territorio mexicano, una parte de la ciudadanía salvadoreña celebró el aniversario de independencia marchando en contra de la potencial reelección de Nayib Bukele y para demandar el fin del régimen de excepción que ha permitido, mediante la suspensión de garantías constitucionales, la violación de los derechos humanos de miles de personas. Cabe destacar que, al igual que la administración del presidente López Obrador, Bukele ha sido el mandatario que más recursos económicos y poder político ha otorgado al ejército desde la guerra civil. En cuanto a Nicaragua, Cuba y Venezuela quizás viéramos más protestas de este tipo si el costo de manifestarse libre y pacíficamente no fuera tan alto.
Contraria a la evidente cercanía que se mostró con dichos regímenes, la ausencia de las representantes del poder legislativo y el poder judicial marcó el desdén que tiene el presidente por estos dos pilares de la democracia mexicana. Si bien el enfrentamiento con la Suprema Corte había sido abierto discursivamente, particularmente después de la designación de Norma Piña como ministra presidenta, argumentar que no fue requerida al acusar al máximo tribunal de impartición de justicia de corrupto y protector de la “oligarquía” y la “delincuencia de cuello blanco”, lo lleva a una nueva escalada. Esto no se reduce a un berrinche del mandatario, sino que se rompió con una tradición en donde se muestra la representación de los poderes públicos en esta celebración precisamente como un triunfo del México independiente. Más allá de ello, pese a que la corte invalidó la reforma legal que transfería a la Guardia Nacional a la SEDENA, tal como se vio en el desfile, su estructura sigue siendo profundamente militar, con las consecuencias que esto conlleva.
Las fiestas patrias siempre son un buen momento para reflexionar sobre el quehacer nacional. En esta ocasión, el evento deja mucho que pensar, entre los asistentes, los ausentes, y el silencio respecto al evento que eclipsó las celebraciones: la extradición de Ovidio Guzmán a Estados Unidos. Especialmente, nos hace pensar respecto a lo que se pone en juego con cada embate a las instituciones que nos cimentaron como nación y sobre el rol que queremos jugar frente a un escenario internacional altamente complejo. En palabras del propio presidente López Obrador en el desfile de la Revolución Mexicana del año pasado: “Las dictaduras o las oligarquías no garantizan la paz ni la tranquilidad social. (...) los gobiernos democráticos sólo pueden tener éxito si atienden las demandas de las mayorías y, en consecuencia, consiguen a cambio, como recompensa, el apoyo del pueblo”.
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