Por Rina Gitler
No creo en las casualidades ni en la suerte; creo en el destino, y eso fue lo que me sucedió para estar hoy aquí. Nuestras vidas se cruzaron en un momento clave, y me siento motivada por la invitación a escribir en Opinión 51, un espacio que reúne a mujeres brillantes.
Ser una mujer brillante no te excluye de padecer cáncer de mama. Por el simple hecho de ser mujer, estás predispuesta a padecerlo (aunque el 2% de los casos diagnosticados en México son en hombres).
Hoy, que es mi primera columna, quiero contar mi historia con la finalidad de que todas las que me leen sepan que #ATodasNosPuedePasar.
Como muchas de ustedes, pensaba que era la Mujer Maravilla y que estaba exenta de que me sucedieran varias cosas, entre ellas sufrir cáncer de mama. Es irónico, pero ese “sufrir” me ha traído las mejores cosas de mi vida, como encontrar una misión.
En 2009, durante una autoexploración, encontré en mi pecho un crecimiento anormal del tamaño de una lenteja. Soy médico cirujano, y cabe mencionar que los médicos somos los peores pacientes; en total negación, me hice mi plan, queriendo pensar que se trataba de una simple bolita de grasa. Al otro día del hallazgo, ya me había autoprogramado para que mi socio y amigo me quitara la supuesta bolita de grasa. Afortunadamente, cuando le platiqué mi plan, me dijo tajantemente: “Sabes que hay un protocolo, y si quieres que yo te trate, será como yo diga”. Fue en ese momento cuando recibí la lección más importante de humildad que he tenido: aceptar que ahora era yo la paciente y que había médicos mucho más capacitados que yo para hacer lo que se debía hacer.
En menos de una semana, ya estaba diagnosticada y había empezado el tratamiento. Nunca dudé de que una mastectomía bilateral con reconstrucción inmediata (quitarme ambos senos y reconstruirlos en la misma cirugía) sería lo correcto, ya que mis dos abuelas murieron de cáncer. Cuando me dieron el diagnóstico, como es común en pacientes con cáncer, nunca me pregunté: “¿Por qué a mí?”. Siempre tuve en mente: “¿Para qué a mí?”. La respuesta era clara y, además, quizá por primera vez valoré lo afortunada que he sido en mi país, México: desde haber crecido en una casa con acceso a la salud y a la educación, en un hogar sin violencia y con un seguro médico de gastos mayores que me permitió ser tratada con lo mejor, en donde yo escogiera.
Vi mi vida pasar al derecho y al revés, agradeciendo cada minuto extra, y en mis conversaciones con Dios, lo único que pedía era una segunda oportunidad de vida por dos razones: mis hijas. Le prometí a Dios que, si me daba esta oportunidad, haría todo lo que estuviera en mis manos para ayudar a más mujeres mexicanas a vivir el proceso del cáncer de una manera digna e íntegra. Además, sentí el compromiso de devolverle a México todo lo que le ha dado a mi familia, siendo yo la segunda generación nacida en este gran país, que permitió a mi papá convertirse en empresario y a mi abuelo, a su llegada de Polonia, ser un rabino destacado de la comunidad judía en México.
Así nace Fundación ALMA, para realizar cirugía de reconstrucción de mama en mujeres sobrevivientes de cáncer que no pueden pagar esta última parte del tratamiento. A la fecha, hemos beneficiado a más de 800 mujeres con cirugías gratuitas. Nuestro programa de educación en salud mamaria, a través de la publicación “El brasier de mamá” de mi amiga Edmee Pardo, ha llegado a muchos rincones de México. Hemos donado más de 10,000 prótesis externas en 18 estados de la República.
Por esta historia, me alegra poder escribir en un futuro en Opinión 51 sobre temas del cáncer de los que nadie habla y compartir mi filosofía de vida: “SOBREVIVIR NO ES SUFICIENTE”.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.
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