Por Roua Al Taweel
El Día Internacional de la Mujer es un momento para celebrar y reconocer el profundo impacto que tienen las mujeres en nuestras vidas y en el mundo que nos rodea. Ya sea por las mujeres que han influido personalmente en nuestras vidas o por el poder colectivo de una auténtica solidaridad femenina.
Cuando se me pidió que escribiera este artículo para un público mexicano, inmediatamente me vinieron a la mente dos pensamientos visuales: muros y Alejandra. Pueden parecer completamente distintos, pero para mí están profundamente conectados.
En los últimos años se ha hablado mucho de los muros. Me solidarizo profundamente con la angustia experimentada por las madres y familias que han sido separadas en la frontera entre Estados Unidos y México, así como con las protestas de las mujeres mexicanas contra la violencia sistémica que condiciona todos los aspectos de sus vidas. He experimentado personalmente la angustia de la separación familiar causada por las políticas fronterizas, desde hace más de una década, desde el comienzo del conflicto en Siria. También he sido testigo de las traumáticas historias compartidas por mujeres que han sufrido la guerra y el desplazamiento forzoso, soportando la agonía y la violencia por parte de sus familias e incluso a veces por parte de ellas. Gran parte de su sufrimiento podría haberse reducido considerablemente de no ser por las políticas de movilidad y control del espacio, que no sólo delimitan la localidad geográfica, sino que también tienen importantes implicaciones económicas, políticas y sociales.
Y del mismo modo que el sufrimiento conduce inevitablemente a la resistencia, las mujeres han demostrado tener una capacidad sinigual para maniobrar, desafiar y romper los rígidos límites del statu quo. He tenido la suerte de crecer y cruzarme con algunas de estas mujeres, incluida mi madre, que tomó la decisión consciente de romper con normas sociales malsanas y se negó a transmitirlas a sus hijos. Del mismo modo, mi hermana es un ejemplo práctico de cómo afrontar los grandes retos de la vida con el humor y la ironía que se merecen. Su insaciable sed de aprendizaje y su compromiso con su trabajo, todo ello sin perder de vista a quienes la rodean, han redefinido mi forma de entender la fortaleza interior en tiempos de crisis humanitaria como la que afrontamos actualmente en Siria. En una familia de mujeres fuertes como la mía, las dificultades y la distancia no conducen a la desconexión. Al contrario, ofrece una oportunidad para la creatividad a la hora de encontrar formas de canalizar el amor y el apoyo tanto virtual como, en ocasiones, físicamente. Imagino que estos lazos familiares son familiares y comunes en las comunidades mexicanas. Lo sé porque mi querida amiga mexicana, Alejandra, fue una de esas mujeres increíbles que ampliaron el concepto de familia más allá de las fronteras biológicas y nacionales. Su cálida compañía resultó inestimable para aliviar mi exilio durante un año especialmente difícil de mi estancia en el Reino Unido, cuando tuve que navegar por el proceso de solicitud de asilo. A pesar de la naturaleza divisoria y aislante del proyecto de las fronteras, las "Alejandras" de mi vida han transformado la idea de hogar en multiplicidad. En lugar de tener un solo hogar en Siria, crearon para mí un hogar en Finlandia, Egipto, Turquía, Polonia, Alemania y muchos otros países que he tenido el privilegio de visitar. Cada uno de ellos ocupa un lugar especial en mi corazón y en mi mente.
La riqueza de la producción cultural mexicana a la hora de expresar la transversalidad me ha ayudado a comprender mi propia experiencia. Dado que la heterogeneidad única que conforma mi identidad actual no puede ser confinada por las fronteras, me encuentro residiendo en las tierras fronterizas, un espacio conceptualizado por la feminista chicana Gloria Anzaldúa, tanto en sentido literal como figurado, para captar la posición de aquellos que viven en la frontera de las sociedades, pero que nunca llegan a pertenecer plenamente a ellas. Sobrevivir a las tierras fronterizas es vivir "sin fronteras" y "ser una encrucijada". Este concepto reconoce la diversidad, la complejidad y la transformación constante como características clave de nuestro ser, desafiando las nociones convencionales de identidad, cultura y política. El cuadro de Frida Kahlo "Autorretrato a lo largo de la línea fronteriza entre México y Estados Unidos" ilustra un sentimiento similar. Aunque Kahlo representa las barreras físicas y políticas que separan a las personas y crean desigualdades, que pueden ser fuente de dolor, también pone un pie en cada país, sugiriendo su propio sentimiento de dislocación y las complejas conjunciones de su herencia mexicana y estadounidense. Además, en la poderosa obra de Rosario Castellanos, las tierras fronterizas se retratan como un lugar de perpetuo cambio y adaptación donde los individuos forjan nuevas identidades y vidas que superan las limitaciones impuestas por la frontera. Estas obras muestran la resistencia y adaptabilidad de quienes viven en las zonas fronterizas, y cómo las propias fronteras pueden ser desafiadas y transformadas a través del poder de identidades diversas e interseccionales.
Hoy escribo para y por las mujeres y las jóvenes, en México y en otros lugares, que se niegan a ser definidas por las líneas trazadas para ellas, que valoran y aprecian a las que son consideradas "inadaptadas", que encuentran refugio en las tierras fronterizas, que demuestran la solidaridad como un verbo, que construyen continuamente puentes de empatía y compasión, y que abrazan la diversidad y la complejidad de nuestra experiencia humana compartida. Gracias por ser quienes son y por mantener espacios para otras mujeres a su alrededor. Con su tenacidad y resistencia, las fronteras pueden ser fortalecedoras a pesar de las dificultades que conllevan. Ya se trate del muro entre Estados Unidos y México, de los aviones para refugiados entre el Reino Unido y Ruanda, de los centros de detención de refugiados de Australia o de la fortaleza Europa, en un mundo en el que se tenga la capacidad de prosperar, el potencial de transformación es inmenso y todos los muros acabarán cayendo.
*Roua Al Taweel es doctoranda en el Instituto de Justicia Transicional de la Universidad de Ulster (Irlanda del Norte). Su investigación se centra en la intersección entre las leyes de nacionalidad discriminatorias por motivos de género y los desplazamientos forzosos en Siria, con especial atención al tratamiento de la injusticia socioeconómica mediante un enfoque transformador.
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