Por Ruth Gabriela Cano
La preocupación intelectual y política que articula y da sentido a la obra de Rosario Castellanos es la condición social de las mujeres. Es el hilo conductor de su poesía, obra narrativa, ensayística y dramática. A cincuenta años de su fallecimiento apenas comenzamos a comprender en su justa dimensión que la reflexión sobre el feminismo está en el corazón de las búsquedas literarias y filosóficas de la escritora.
En Sobre cultura femenina, ensayo filosófico de juventud, Castellanos se preguntaba sobre las posibilidades de las mujeres en la creación intelectual y artística. ¿Cuál era el horizonte literario para una joven formal, de veinticinco años de edad que quería convertirse en escritora? Sabía de los prejuicios de la sociedad que veía a las escritoras como bichos raros y por eso deseaba ante todo entender y emular a esas mujeres que “se separaron del resto del rebaño e invadieron un terreno prohibido". Quería desentrañar cómo fue que unas cuantas “lograron introducir su contrabando en fronteras tan celosamente vigiladas" por los profesores y escritores, que se consideraban los auténticos representantes de la cultura? ¿Qué fue lo que "las impulsó de un modo tan irresistible a arriesgarse a ser contrabandistas"? ¿Cómo encontraron la fuerza para tomar el riesgo de alejarse del mundo conocido de la familia y el hogar y convertirse en pensadoras, escritoras o artistas?
La filósofa Castellanos encontró en el existencialismo las herramientas teóricas para cuestionar los "falsos espejos y las falsas imágenes" que distorsionaban las percepciones de las propias mujeres sobre sus potencialidades creativas. Lectora adelantada de Simone de Beauvoir en México Castellanos comprendió que "las contrabandistas de la cultura" se saltaron las trancas movidas por la voluntad de ser libres y convertirse en personas. Rechazaron los falsos valores y se tomaron el riesgo de buscar "otro modo de ser humanas y libres".
Aguda observadora del entorno político internacional, Rosario Castellanos trajo a la prensa mexicana noticias sobre el "movimiento de liberación de la mujer" que estalló en Estados Unidos entre jóvenes contraculturales, comprometidas con los derechos civiles y opuestas a la guerra de Vietnam. Con buen juicio y su característica ironía la escritora lanza un llamado a la sociedad mexicana a poner el ojo en los sucesos del nuevo feminismo del otro lado de la frontera norte. Explicó que el sexismo --un término entonces novedoso-- era un fenómeno paralelo al racismo y que abarca una amplia gama de actos que "perpetúan la iniquidad en el trato entre los hombres y las mujeres, iniquidad en la paga, las clases de trabajo y, más sutilmente en la expresión propia”. A las desventajas económicas que enfrentaban las mujeres se sumaba el disciplinamiento impuesto a su cuerpo, con “dietas, tratamientos embellecedores”, el “molde despiadado de las fajas” y esos “instrumentos de tortura cotidiana” que son los zapatos tacón alto".
La Huelga de Mujeres por la Igualdad del verano de 1970 fue un hito del feminismo liberacionista en Estados Unidos: las manifestaciones de protesta inundaron las principales ciudades de ese país y lo más importante se desató una huelga de trabajos domésticos: "esos “trabajos tan sui generis, tan peculiares que sólo se notan cuando no se hacen, esos trabajos fuera de todas las leyes económicas, que no se retribuyen con una tarifa determinada o que se retribuyen con el simple alojamiento, alimentación y vestido de quien los cumples; esos trabajos que como ciertas torturas refinadísimas que se aplican en cárceles infames, se destruyen apenas han concluido de realizarse”.
La distribución de los quehaceres domésticos era menos conflictiva en las familias mexicanas por la disponibilidad de empleadas del hogar dedicadas a tareas de limpieza, preparación de alimentos y cuidado a los niños y enfermos. Pero las cosas comenzaban a cambiar. Con la modernización del país y la incorporación de la fuerza de trabajo femenina a la industria y a los servicios “nos llegará la lumbre a los aparejos". Cuando aparezca la última criada, el colchoncito en que ahora reposa nuestra conformidad, aparecerá la primera rebelde furibunda”.
Rosario Castellanos falleció el 7 de agosto de 1974. No llegó a cumplir los cincuenta años ni pudo estar presente en la Conferencia del Año Internacional de la Mujer y de la Tribuna de ONG que tuvieron la Ciudad de México en el verano de 1975. Hubiera sido la gran figura de las reuniones organizadas por Naciones Unidas y el gobierno de Luis Echeverría, que fueron de grandes consecuencias.
Los aniversarios de nacimiento y muerte y las efemérides son un buen momento para releer y reeditar obras ya conocidas y dar a conocer obras poco accesibles. El Fondo de Cultura publicó por primera vez Sobre cultura femenina en 2005 en una bella edición y este año, la UNAM entrega dos magníficas reediciones: Cartas a Ricardo, con prólogo de Sara Uribe, y de Mujer de palabras, recopilación periodística de Andrea Reyes. Estoy segura que la escritora se hubiera sentido un poco cohibida con la publicación de obras consideradas menores hasta hace tiempo. Aunque con cierto rubor en las mejillas le hubiera encantado saber que la espléndida librería del Fondo de Cultura Económica de la Colonia Condesa lleva su nombre y que, por iniciativa de Consuelo Saízar, fue la primera librería del Estado mexicano en honrar a una escritora. En 2025 se conmemora el centenario de su nacimiento: la ocasión es propicia para reconocer a Rosario Castellanos en su toda grandeza.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.
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