Por Scarlett Limón Crump*
No es novedad que el constante incumplimiento de garantías y las masivas violaciones de derechos le ha valido a Venezuela la clasificación de “Emergencia Humanitaria Compleja”. La situación agobiante que sufren sus ciudadanos y ciudadanas les orilla a migrar de manera desesperada, experiencia que es vivida de forma diferente según la situación económica y donde el género juega un papel fundamental siendo especialmente perjudicial para las mujeres.
En los últimos días diferentes medios han cubierto las repercusiones de la política de deportaciones a venezolanos apoyada en el “Título 42”, mediante la cual EE.UU endurece la normatividad del acceso a visas humanitarias, esto como medida de seguridad ante el aumento de detenidos de esta nacionalidad que ascendió a 33,000 tan solo en el mes de septiembre.
Los mexicanos no somos ajenos a la tragedia de las y los migrantes, nosotros mismos ocupamos el lugar preferencial en las cifras de detenidos en la frontera, sabemos de sobra los riesgos que nuestros connacionales enfrentan “para llegar al otro lado”, pero no estamos del todo enterados de los riesgos que corren los transmigrantes (aquel extranjero que está de paso hacia otro país y puede permanecer en territorio nacional hasta por treinta días).
La situación ha representado una crisis para los principales estados de la ruta migrante, los refugios están colapsados, los servicios de salud son insuficientes y las oficinas de trámites están superadas y mal coordinadas, lo que pude corroborar en los últimos días que he dedicado tiempo como voluntaria en las afueras de la Embajada de Venezuela y la en Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados. Mientras repartimos las donaciones y la comida caliente, era inevitable empaparse de los relatos y de la experiencia traumática que les representó la odisea.
El 25 de octubre entrevisté a 10 familias, 22 mujeres y 22 hombres que viajaban solos ya sea para encontrarse con familiares en EE.UU o simplemente, con la promesa del sueño americano en mente, esto con la intención de levantar una denuncia por hacinamiento y maltrato hacia los transmigrantes. Todos los entrevistados entraron a pie y dejaron claro que la “Pesadilla de la selva del Darién” no había ganado ese nombre en vano. Dentro de la información recolectada, eran evidentes los patrones migratorios diferenciados entre hombres y mujeres, la experiencia con peligros en la naturaleza, los robos, las agresiones verbales y sexuales.
Las mujeres son colocadas en las estadísticas con doble vulnerabilidad debido a su situación migratoria y su condición de mujer. Dentro de sus peores miedos es caer en manos del crimen organizado como víctimas de trata de personas con fines de explotación sexual o morir en medio de la selva por razones violentas, (tres mujeres compartieron su preocupación de un embarazo no deseado por el abuso sexual que sufrieron en el camino). El miedo en común: volver a su país de origen.
Los esfuerzos del gobierno de la Ciudad de México han sido insuficientes pero lo que se ha hecho notorio es la solidaridad de sus habitantes, especialmente los venezolanos residentes quienes se han organizado para cubrir tantos puntos como los recursos alcancen, con guardias las 24 horas y una red de apoyo para poder colocar a las familias en espacios seguros en lo que aguardan por su trámite.
Los voluntarios tenemos claro que la situación se salió de control desde hace tiempo y que eso ha orillado a las autoridades a olvidar que están tratando con humanos, pues no son pocos los testimonios que aseguran abuso de poder por parte de las autoridades mexicanas.
¿Cómo ayudar cuando lo único que podemos ofrecer es lo mínimo?¿Cómo ayudar a las mujeres sin la implementación correcta de la perspectiva de género en la migración?¿Es un problema de comunicación o de desinformación? ¿Cómo ayudamos a las instituciones a ser más eficientes? ¿El problema es realmente presupuestal o estructural? Estas son preguntas que me cuestiono, mientras que, a la par, veo cómo la cifra aumenta día a día.
Lo que es un hecho es que los venezolanos “quemaron los barcos” y lo único que les queda es abrazar la idea de una oportunidad de una buena vida en México, pero ¿cómo les decimos qué ni para la gran mayoría de nosotros -mexicanos- eso está asegurado?.
* Scarlett Limón Crump es Internacionalista y Consultora de Asuntos Públicos
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.
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