Por Shelly Moses Laska, licenciada en Ciencias de la Comunicación y maestrante del Tec de Monterrey, se ha dedicado por más de 13 años a relaciones públicas para literatura, negocios, emprendimiento, y tecnología, entre otros. En 2016, fundó La Puerta, una agencia boutique de relaciones públicas que busca dar visibilidad y exposición en medios a proyectos que contribuyan al crecimiento de nuestra sociedad. Ha apoyado a más de 40 empresas nacionales e internacionales a alcanzar sus objetivos de comunicación.
Crecí en un hogar donde se hablaba de libros y se devoraban libros. Recuerdo muy vívidamente a mi abuelo todos los sábados leyendo con una lupa, pues los ojos ya no le daban para más, pero él siempre quiso más.
En casa, mi madre nos compraba a mis hermanos y a mí libros interactivos, de aquellos que venían con un casete o CD, el cual contenía el audiolibro para seguir la lectura con el título físico; para mí, era la posibilidad de viajar a otros mundos, conocer otros espacios y otras formas de pensamiento, me hacían explotar la imaginación y visualizar todo lo que podía hacer y ser, con ilusión y con entusiasmo, pero sobre todo, con libertad.
No fue hace mucho que fui esa pequeña que tenía la opción de elegir, -con la guía de personas adultas-, lo que podía leer, lo que era bueno para mi edad, para mi capacidad de análisis y entendimiento; sin embargo, reconozco que crecí en ese privilegio, y digo privilegio, porque en los 90’s no estaba tan democratizado el acceso a la información como lo está actualmente, y a pesar de ello, hoy, el desarrollo y la expansión de la mente de miles de infancias se está viendo coartada tras la ley de censura impuesta en el Estado de Florida, Estados Unidos.
2,571 es la cifra récord de títulos censurados en Florida para 2022, las temáticas: sexualidad y raza. Los libros deberían ser -son- símbolo de conocimiento, de información, aprendizaje, creación, imaginación, de crecimiento; sin embargo, el Gobernador Ron DeSantis no lo ve así, por el contrario, su ley, popularmente conocida como “ no digas gay”, los ve como una amenaza.
Basta conocer un poco de historia para saber que grandes dictadores han comenzado sus mandatos con la censura de libros; objetos que deberían ser motivo de alabanza y reconocimiento, ahora se perciben como amenaza, porque la información da poder, y quien pretende conservarlo, no quiere a una población informada.
Libros no sólo de literatura, sino también de matemáticas han sido rechazados y censurados, pues el razonamiento del gobierno es que cita “la teoría crítica de la raza”. Algunos títulos han sido censurados por imágenes de personajes tomando un baño, pues lo consideran pornografía y alegan que no es un contenido apropiado para niños de 10 u 11 años, siendo que a esa edad debe comenzar la formación sexual de las infancias para evitar consecuencias como el embarazo adolescente, una dolencia de muchas sociedades por la falta de información. ¿Ahora vemos la relevancia del derecho a leer?
El peligro de arrancar los derechos protegiéndose con leyes arbitrarias sólo provoca una sociedad descontenta pero que afortunadamente, no se queda callada. Las protestas de la ciudadanía en Florida no se han hecho esperar, inclusive gobiernos de otros Estados han apoyado la lucha a través de herramientas legislativas, por ejemplo, Illinois pronunció su descontento y absoluto rechazo con la iniciativa de una ley que prohíbe la censura de libros en su Estado.
Los padres deberían ser quienes deciden, qué consideran apropiado y qué no para las edades de sus hijos e hijas. La clave aquí está en la palabra decidir, pues sin el poder de decisión, no existe libertad. Las bibliotecas, las librerías, los colegios están capacitados para proveer los títulos correspondientes a cada generación, sin embargo, están siendo maniatados por un gobierno autoritarista, siendo que quien incumpla la ley “no digas gay”, podría ser multado y hasta ir a la cárcel.
Proteger nuestros derechos debe ser fundamental y hacerlos visibles, ayuda a protegerlos, pues lo que está sucediendo en un país que se dice libre como Estados Unidos, puede ser una realidad no tan lejana en otras sociedades que tienen mayor imposición y control gubernamental.
No, la solución nunca será la censura, la solución nunca será la prohibición. Gracias a la formación que tuve, gracias a la lectura, hoy soy una mujer adulta que devora libros como lo hacía mi abuelo, que sigue imaginando y visualizando lo que puede crecer personal y profesionalmente, con ilusión y con entusiasmo, pero sobre todo, con libertad, porque la lectura es libertad, y la libertad es un derecho.
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