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Por Simona Raquel Santiago Maganda

Nací y crecí sin saber que era negra, allá en un pueblo de pescadores, El Embarcadero, Guerrero. Crecí con el deseo de ser lacia como mi madre y hermanas, como mis amigas de la primaria y con el deseo de que mi pelo, herencia de mi padre, se acomodara y no saltaran mis rizos, esos mismos que siempre estaban tan rebeldes que ni el aceite de coco podía apaciguarlos.

El contexto de la diáspora africana se vive a diario en mi comunidad porque ser una persona negra es tan ordinario porque se vive a diario en la comida, en la música, en el baile, en el habla, por eso crecí sin estar consciente de que mi tono de piel, fuera del contexto de la comunidad afro, sí tenía una memoria de lectura diferente.

También crecí compartiendo juegos con muñecas rubias, con ojos azules y un tono de piel muy claro. Recuerdo que mis hermanas, en un viaje a la ahora Ciudad de México, nos trajeron a mí y a mi prima unas muñecas de trapo con un vestido de bolitas, lo que la hacía especial era que su tono de piel era negro. Ese regalo se convirtió en parte de la decoración de mi casa porque me gustaba más jugar con la muñeca rubia como al resto de las niñas.

Debo confesar que antes de migrar a la Ciudad de México notaba muy poco que yo tengo una apariencia “diferente”, como me lo hicieron notar otras personas cuando llegué a la capital del país. Me di cuenta que las narrativas en los medios de comunicación no contemplan al pueblo y/o comunidades de la diáspora africana como parte de este país, y eso es un factor importante que refleja el “borramiento” de esas corporalidades.

En mi cabeza empezó a resonar el ¿por qué? y en la búsqueda de respuestas encontré, por ejemplo, que la prensa reproduce discursos racistas y discriminatorios aderezados con la hipersexualización, folclorización y revictimización de las personas afromexicanas de este país.

La falta y/o escasez de narrativas dignas en los diversos medios de comunicación sobre el legado negro fortalecen los discursos racistas y genera un vacío de referentes positivos sobre las corporalidades negras en los diversos espacios públicos y privados.

La falta de representación se refleja, de manera constante, en ese sentimiento te hacerte sentir “diferente” al no cumplir con el fenotipo establecido sobre ser una persona mexicana dictado por un discurso hegemónico. Sin embargo, también genera una resistencia permanente y a entender que tu pelo rizado debe ser liberado y mostrado porque cuenta una historia de existencia.

El conocer tu ancestría te da respuestas personales que te reconcilian; te lleva a entender que hay diversas formas de construir la mexicanidad porque la identidad es un constructo social que evoluciona y se muestra en cada persona, aunque reconocerlas incomode.

La negritud en México es un latido permanente que resuena en la resistencia y valentía de las personas que saben lo importante que es construir referentes positivos cuando no los hay, porque es necesario hacer y abrir caminos a quienes, por diversas circunstancias, aún no los han recorrido y así sentar las bases para que nuevas voces construyan y defiendan su propio andar ya no solas sino acompañadas.


Simona Raquel Santiago Maganda es periodista afromexicana, costeña originaria del municipio de Coyuca de Benítez, Guerrero. Estudió Sociología en la Comunicación y Educación en la Universidad Autónoma de Guerrero. Es maestrante en comunicación por parte de la Universidad Iberoamericana. Le apasiona hablar sobre las narrativas de inclusión y aquellas que deconstruyen los discursos hegemónicos.


Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.


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